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Igual, el triunfo le quita a los blancos presión y les despeja por esta semana el futuro. Ahora son tres puntos que los mantienen a flote
El Madrid no está fino. Las revoluciones a las que anda la Maquina exceden la precisión que requiere todo buen engranaje y así, al margen del buen espectáculo, abren la puerta al triunfo pero también dan cabida al fracaso. Los de Mou siempre juegan al hilo, hacen equilibrio en la cuerda. Y ahora último, por lo pompo del lápiz, la apuesta no ha dado el resultado esperado. La moneda ha caído 50/50.
Dicho en otras palabras, la vertiginosidad con la que juega el Madrid ―lo cual no es ni bueno ni malo― necesita de un nivel mayor de precisión de las partes ―sobre todo en los momentos de avance y en los tiros al arco― para no terminar sufriendo por el resultado. Pues al volcarse errática y sistemáticamente hacia arriba deja un margen, y no despreciable, para que el contrario lo tome a contrapierna y lo ajuste. De ahí que la velocidad trepidante sea un arma certera si y sólo si la precisión la acompaña.
Ahora bien, el año pasado Mou logró equilibrar estas dos características y se llevó los honores. Tal vez no hasta el punto de superar la precisión de su archirrival, Barcelona, pero sí hasta el punto de liquidar a cualquiera ―incluso hasta al Barcelona―de una gran galopada.
Igual, el triunfo le quita a los blancos presión y les despeja por esta semana el futuro. Ahora son tres puntos que los mantienen a flote.