¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Julian Naranjo escriba una noticia?
Entre 1898 y 1899, Joseph Conrad escribió “El Corazón de la Tinieblas”, novela en que revive su dura experiencia en El Congo y en la que da vida a la sobrecogedora y mítica figura del agente Kurtz
A finales del siglo XIX, la gran mayoría de los europeos tenían la idea de que el Rey Leopoldo II de Bélgica adelantaba una gran tarea humanitaria en el continente africano, específicamente en el territorio del Congo, al llevar a esas tierras salvajes el cristianismo, poniendo fin al canibalismo, a la esclavitud y a las guerras intestinas entre aquellas “tribus de salvajes”. En 1890, un ingenuo Joseph Conrad ofrece sus servicios a la Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Congo; contratado por dicha sociedad emprende un viaje al África, confiando en la noble misión que allí adelantaban los belgas. Lo que descubrió en su viaje fue un horror que excedía su imaginación y tras seis meses de estadía en África, perdida su fe en la humanidad, manifestó a su amigo, el crítico Edward Garnett, que ya no podía creer en nada. Luego de ocho años de mantener su pensamiento fijo en esa experiencia que le dejaría secuelas emocionales de por vida, Conrad escribió “El Corazón de la Tinieblas”, novela en que revive su dura experiencia en El Congo y en la que da vida a la sobrecogedora y mítica figura del agente Kurtz. Cabe anotar que los personajes de la novela evocan y encarnan seres humanos que existieron en realidad, como el Mayor Edmund Musgrave Barttelot, quien enloqueció y murió violentamente no sin antes torturar y asesinar hasta el paroxismo y cuya tumba visitó Conrad en el norte del Congo; sin embargo, ello no obsta para decir que el personaje del agente Kurtz se centre en un ser humano concreto, ni en el Mayor Barttelot, ni en el capitán León Rom aquel soldado belga que se hizo famoso por su colección de cabezas africanas y del que se ha dicho fue el modelo que inspiró a Conrad el personaje de Kurtz.
Ahora bien, el argumento de la novela puede resumirse fácilmente: un marino llamado Charlie Marlow es nombrado capitán de un barco cuya misión es recorrer el corazón de la selva a fin de encontrar al agente Kurtz, jefe de una estación dedicada al tráfico de marfil, para entregarle una misiva y preparar su regreso a casa. Ambos, tanto Marlow como Kurtz, son hijos de la cultura occidental, con una educación y un sistema de valores netamente occidental y una visión de mundo propiamente europea; ambos representan al civilizado hombre de la cultura occidental enfrentado a la brutal y seductora fuerza de la selva, pero los resultados de tal enfrentamiento son diferentes para ambos: mientras Marlow logra salir victorioso, aunque profundamente marcado por su encuentro con la selva, Kurtz sucumbe ante las primitivas fuerzas de la naturaleza y se ve arrastrado a un torbellino de horror irracional, subyugado por un instinto completamente libre de ataduras sociales, en una odisea que lo lleva a cometer actos de crudeza y crueldad inenarrables evocados por su último grito [1]: “Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro: ‘¡Ah, el horror! ¡El horror!’. (Página 62).
Sin embargo, esta interpretación resulta bastante simplista y no permite apreciar la complejidad de un personaje que es todo pasión y contradicción. Kurtz es un hombre temido y envidiado a un tiempo, un personaje del que todos hablan y al que algunos consideran un ser prodigioso: “Es un prodigio’, dijo al fin. ‘Es un emisario de la piedad, la ciencia y el progreso, y sólo el diablo sabe de qué más.” (Página 23)
Así pues, a lo largo de su viaje, en cada sitio en que Marlow se detiene, se escucha hablar de un europeo que no sólo extrae marfil en grandes cantidades, sino que además, constituye una especie de leyenda dado su estatus entre las tribus que lo rodean. Es así como empieza a despertarse la obsesión por hablar con aquel hombre al que todos se refieren con un hálito de admiración y de respeto, al tiempo que para muchos se ha convertido en símbolo de crueldad y de cinismo. Desde el primer momento en que Marlow escucha el nombre de Kurtz, su narración es cada vez más angustiosa, cada vez más oprimida por el peso de la obsesión; “Con ese hombre no se habla, se le escucha”, afirma el ruso adepto a Kurtz, y en este punto se manifiesta la primera característica del enigmático agente:
“Aquel privilegio me estaba reservado. Oh, sí, y oí más de lo suficiente. Puedo decir que yo tenía razón. Él era una voz. Era poco más que una voz. Y lo oí, a él, a eso, a esa voz, a otras voces, todos ellos eran poco más que voces. El mismo recuerdo que guardo de aquella época me rodea, impalpable, como una vibración agonizante de un vocerío inmenso, enloquecido, atroz, sórdido, salvaje, o sencillamente despreciable, sin ninguna clase de sentido. Voces, voces…” (Página 43)
Kurtz es una voz, y es así donde reside su fuerza, en la potencia creadora de su palabra, en su poder para transformar vidas y espíritus. No podemos olvidar que para los nativos, Kurtz es una especie de divinidad, y son varios los pasajes que ponen de manifiesto el poder y autoridad de su palabra, por ejemplo:
“No tenía miedo de los nativos; no se moverían a menos que el señor Kurtz se lo ordenara. Su ascendiente sobre ellos era extraordinario. Los campamentos de aquella gente rodeaban el lugar y sus jefes iban diariamente a visitarlo. Se hubieran arrastrado…” (Página 52)
Y más adelante:
“Si tal es la forma de la última sabiduría, la vida es un enigma mayor de lo que alguno de nosotros piensa. Me hallaba a un paso de aquel trance y sin embargo descubrí, con humillación, que no tenía nada que decir. Por esa razón afirmo que Kurtz era un hombre notable. Él tenía algo que decir. Lo decía.” (Página 63)
Por otra parte, Kurtz aparece ante el lector como un enigmático hombre civilizado que ha tomado la decisión de rodearse de salvajes y formar un hogar en la selva, rechazando un cómodo trabajo de oficina en Europa. Se sabe de su obsesión y compromiso con un proyecto, aunque se cuestionan sus métodos, y al mismo tiempo se teme el cambio que se ha operado en él. Pero Kurtz no es el único que ha cambiado por su contacto con la selva. La jungla transforma a todos los europeos que acoge en su seno, y en ocasiones, tal cambio alcanza proporciones dramáticas:
"Así pues, desde una perspectiva kantiana podría decirse que Kurtz ha subvertido el presupuesto socrático y ha desembocado en la locura"
“Fresleven se llamaba aquel joven.., era un danés. Pensó que lo habían engañado en la compra, bajó a tierra y comenzó a pegarle con un palo al jefe de la tribu. Oh, no me sorprendió ni pizca enterarme de eso y oír decir al mismo tiempo que Fresleven era la criatura más dulce y pacífica que había caminado alguna vez sobre dos piernas. Sin duda lo era; pero había pasado ya un par de años al servicio de la noble causa, sabéis, y probablemente sintió al fin la necesidad de afirmar ante sí mismo su autoridad de algún modo.” (Página 8)
Marlow tampoco escapa al influjo selvático, y, como él mismo reconoce, en ocasiones su educación y sus buenos modales desaparecen tras un velo de agresividad y violencia:
“Yo estaba dispuesto a matar a alguien, pero no había cerca de nosotros ni la sombra de un cargador. Me acordé de las palabras del viejo médico: ‘A la ciencia le interesa observar los cambios mentales que se producen en los individuos en aquel sitio.’ Sentí que me comenzaba a convertir en algo científicamente interesante.” (Página 19)
Estos cambios se explican, en opinión de Conrad, porque en ausencia de leyes y normas sociales el ser humano sucumbe ante sus propios impulsos y apetitos; al contrario de Rousseau, quien considera que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, Conrad es de la opinión que la sociedad constituye un freno y las normas sociales sirven de control gracias a los límites que imponen la culpa y el castigo. Es en este punto donde advertimos la posición en que se encuentra Kurtz, el lugar que ocupa respecto de la mentalidad occidental:
Había ocupado un alto sitial entre los demonios de la tierra… lo digo literalmente. Nunca lo entenderéis. ¿Cómo podríais entenderlo, teniendo como tenéis los pies sobre un pavimento sólido, rodeados de vecinos amables siempre dispuestos a agasajaros o auxiliaros, caminando delicadamente entre el carnicero y el policía, viviendo bajo el santo terror del escándalo, la horca y los manicomios? (Página 44)
Por otra parte, en este punto se plantea el problema de la racionalidad de Kurtz. Desde una perspectiva kantiana aquel que no actúa moralmente no es racional, y en ello se manifiesta el presupuesto socrático de que nadie hace el mal voluntariamente sino por ignorancia. El precario equilibrio entre el bien y el mal, traza una delgada línea que separa lo racional y lo irracional. Kurtz ha mirado en los profundos abismos del alma humana y sólo ha podido contemplar un paisaje desolador enmarcado en un eterno conflicto, de ahí la observación de Marlow:
“Pero su alma estaba loca. Al quedarse solo en la selva, había mirado a su interior, y ¡cielos!, puedo afirmarlo, había enloquecido. Yo tuve (debido a mis pecados, imagino) que pasar la prueba de mirar también dentro de ella. Ninguna elocuencia hubiera podido marchitar tan eficazmente la fe en la humanidad como su estallido final de sinceridad. Luchó consigo mismo, también. Lo vi… lo oí. Vi el misterio inconcebible de un alma que no había conocido represiones, ni fe, ni miedo, y que había luchado, sin embargo, ciegamente, contra sí misma.” (Página 60)
Así pues, desde una perspectiva kantiana podría decirse que Kurtz ha subvertido el presupuesto socrático y ha desembocado en la locura. No obstante, si nos alejamos de este enfoque y miramos de nuevo, pero ahora desde una perspectiva nietzscheana, las cosas ya no son tan sencillas. Kurtz tiene el poder de decidir y lo ha ejercido guiado sólo por su instinto; se ha creado una nueva moral que sólo se apoya en la exaltación de las fuerzas de la naturaleza; una moral que en palabras de Nietzsche, podríamos definir como moral de nobles, la de aquellos que deciden sobre la vida de los otros. Nietzsche definió la moral como: “un sistema de valoraciones que tienen que ver con las condiciones de vida de un ser” (Nietzsche, Voluntad de poder, libro II).
A diferencia de los demás europeos, que más parecen espectadores que actores de su vida en el corazón del Congo, Kurtz ha construido un sistema de valores basado en sus condiciones de vida, se ha situado en una posición que le permite tomar decisiones lejos de las normas y los prejuicios sociales de occidente, y, en consecuencia, toma sus decisiones libre del temor al juicio o al castigo; en tales condiciones su criterio para decidir sólo puede ser guiado por su propio instinto, y, al final, su posición moral le otorga una libertad que le lleva a elegir el mal. No sobra resaltar el hecho de que su elección es libre, ello significa que si bien ha optado por el mal, también era igualmente libre para escoger el bien. Es el absoluto poder moral de Kurtz y su decisión de escoger el mal, lo que dota a la novela de ese profundo pesimismo que impregna todas sus páginas y que concluye con una sombría analogía: el corazón de las tinieblas como metáfora y alegoría del corazón humano:
“Yo levanté la cabeza. El mar estaba cubierto por una densa faja de nubes negras, y la tranquila corriente que llevaba a los últimos confines de la tierra fluía sombríamente bajo el cielo cubierto… Parecía conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas.” (Página 69)
"Kurtz es una voz, y es ahí donde reside su fuerza, en la potencia creadora de su palabra, en su poder para transformar vidas y espíritus