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Caminan por encima del techo 5

19/05/2009 13:40 1 Comentarios Lectura: ( palabras)

Una pequeña victima inocente acosada por unos victimarios desorientados

Murmullos que se vuelven voces, voces que se vuelven gritos, el techo que cruje, sombras que pasan informes, caras desfiguradas como vistas a través de un cristal con agua. Miedo. Soledad.

- Pues si, señora Elodia, que Ernesto es muy buen trabajador; hace ya un tiempo que trabajamos juntos – Dijo Remigio masticando un pedazo de pan que untaba con huevos revueltos que Elodia le había servido. Habían entrado a la cocina y Ernesto los había presentado momentos antes, cuando oyó la voz de Remigio en el patio.

Graciela ahora no se despegaba del lado de la mujer. Su mente vagaba entre imágenes fantasmales hasta que escucho la voz gangosa de Remigio que la trajo de nuevo a la realidad.

- Nosotros hacemos caminos ¿cierto Ernesto?

- Si, caminos – Respondió Ernesto conciente de que su madre sabia que no era verdad.

- Estamos por aquí porque estuvimos trabajando allá por La hermosa.

A la mención de La hermosa los ojos de Graciela se agrandaron y miraron el rostro simiesco de Remigio que mascaba pan con huevo.

- Adelantamos buen trabajo aunque se nos quedó un detalle – Dijo Remigio mientras sus ojos se posaban en los ojos de la pequeña, que enseguida sintió que no podía moverse. Al notar esto Elodia, con disimulo, interpuso su cuerpo para quitar de la vista del hombre a Graciela.

- ¿Esa niña es suya Ernesto?

- No, que va. Es hija de una de las que trabaja aquí – Dijo Ernesto que estaba sentado en un banco de madera al lado de su compañero.

- Sobrina – Interpeló Elodia – sobrina de una de las muchachas – y volteó a mirar a Graciela como contando con su aprobación.

Graciela a pesar de saber que todo lo antes dicho acerca de ella era falso, sintió, sin saber por qué, que no debía desmentir aquellas afirmaciones.

- ¿Seguro? – Dijo Remigio buscando con sus ojos a la niña.

- Hombre, si mi mamá le está diciendo – Repuso Ernesto con un leve tono de impaciencia.

- Pues sí, disculpe. Solo por curiosidad, ¿no tiene hermanitos o hermanitas? – Preguntó con aire desprevenido Remigio.

- No. No tiene señor y ya se hizo tarde para adelantar el oficio. – Afirmó tajante Elodia.- Hijo, que va a hacer ahora ¿se va para la finca? Mire que está descuidada.

- Si mamá, en cuanto pueda salgo para allá. Bueno Remigio, vàmonos que mi mamá tiene que hacer. – Y dándole un beso en la frente a Elodia, Ernesto se dirigió a la puerta que daba al patio.

- Muchas gracias señora, estaba muy rico – dijo Remigio asomando su cabeza por la puerta – Hasta luego niña ¿Cómo es que se llama?

Antes de que Graciela pudiera articular palabra, Elodia interrumpió – Que pase buen día señor- .

Tras la falda de Elodia, Graciela vio como los dos hombres cruzaban el umbral de la puerta y la cerraban tras de sí. Una sensación de alivio le llegó, pero no sabía por que sentía la boca reseca y un vacío en el estómago que no era hambre. Elodia se agachó y la miró a la cara por un rato. Graciela observaba como esos ojos negros recorrían su rostro. Luego en voz baja le dijo – tenemos que hablar con la señora Margoth – miró hacia el patio y en un suspiro murmuró – Ustè es el último, no me haga esto.

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Remigio y Ernesto caminaron despacio atravesando el pueblo.

- No tengo más si no le ofrecía – Dijo Remigio sacando un cigarrillo del bolsillo de su camisa y encendiéndolo con unos fósforos que sacó de su pantalón.

- No tranquilo, no tengo ganas de fumar.

- Oiga Ernesto, ¿su mamá le dijo hace cuanto fue que llegó la muchacha con la sobrinita a esa casa?

- ¿Sobrinita? – Dijo Ernesto, que en realidad no le había puesto cuidado a lo primero que había dicho su compañero.

- Si, la niña que está allá con su mamá – Repuso Remigio.

- No se, hace poco. Creo. ¿Por qué?

- Estoy casi seguro… - Dijo Remigio mientras aspiraba el humo de su cigarrillo.

- ¿seguro de qué? – Ernesto estaba mas pendiente de llegar a la calle final del pueblo para tomar el camino que lo conducía a su casa, que en la conversación de su compañero que francamente no era santo de su devoción.

- De que esa chinita fue una de las que se nos escaparon allá de La hermosa.

Al oír esto Ernesto sintió como si un imán lo atrajera nuevamente al sitio de dónde se estaba despegando, su pulso se aceleró y sus sentidos se pusieron alerta con cierta ansiedad. En realidad siempre que el acudía a los llamados de esos líderes que los convencían de ser parte de un ejercito salvador dentro del cual era ineludible estar, porque de lo contrario su derecho a existir se limitaba a ser cuerpos sin alma que podían ser suprimidos de la faz de la tierra. Se entregaban a los efectos del alcohol que matizado y acompañado constantemente por arengas y argumentos que podían convertir a sus amigos de la infancia en cucarachas azules que se podían aplastar, desahogando furias ciegas sin determinar para qué y dónde, porque el guayabo siguiente borraba toda imagen real convirtiendo lo anterior en solo delirios oníricos sin carne, voces y sangre reales. Nunca concientemente había planeado hacerle daño a alguien y mucho menos sin el fuero impunizante que da el grupo, la gavilla. Entre más es el número de destructores menos victimarios se sienten.

Se detuvo y mirando de frente a Remigio le dijo – Y de cuento e que va a estar con mi mamá, no sea bobo.

- Yo que voy a saber, eso le toca averiguarlo a ustè. Acuérdese que a ustè y a mí nos mandaron a buscar a las chinitas y llevarlas allá arriba – Replicó Remigio bajando un poco la voz y mirando de reojo hacia los lados asegurándose de no estar siendo observado.

- Bueno, pero ustè dice que eran dos ¿y la otra? Mi mamá no tiene por que estar escondiendo a nadie.

- Tranquilo hombre, de pronto estoy equivocado, pero ustè sabe que solo cumplimos órdenes.

- Pero esa chinitas no vieron nada y yo creo que por allá las picó una culebra y ya se murieron – Decía impaciente Ernesto, con el fin de librarse de ese compromiso que para él era llegar demasiado lejos y que nunca pensó tomar en serio. Ahora a Remigio le había dado por que las había encontrado o por lo menos una de ellas y eso lo ponía en una situación de la cual quería salirse cuanto antes. Además, como iba a meter a su mamá en eso…

- Acuérdese de lo que nos han dicho, que eso viene en la sangre, que el que nace azul, nace azul y el que nace rojo, rojo se queda- En voz baja pero con vehemencia, expresaba Remigio.

- Yo a todos les he visto roja la sangre. – Reflexionó Ernesto.

Remigio sonrió, escupió un poco de tabaco que tenía en la boca, se levantó el sombrero y con la misma mano se rascó la cabeza. – Todavía no nos podemos ir.- Y empezó a caminar a paso ligero.

- Oiga ¿para donde va? – Indago Ernesto al ver que tomaba un camino diferente al que llevaban.

- Para el cuartel, quédese aquí, tengo que hablar con alguien.

Ernesto apresuró el paso para alcanzarlo y cuando estuvo cerca le expresó en tono de reproche – Como se le ocurre ¿no ve que lo pueden arrestar?

Remigio lo consideró un rato y sonriendo le dijo – Ustè todavía no sabe como funciona esto.- Se alejó dejando a Ernesto de pie mirándolo con aire desconcertado.

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Entre más es el número de destructores menos victimarios se sienten

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Sobre esta noticia

Autor:
Tuata (7 noticias)
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SMTLKH JS; (19/01/2010)

eso no tiene nADA QUE VER CON PORQUE CAMINAN LAS CUCARACHAS EN EL TECHO