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Nuestros tormentos nos persiguen convertidos en fantasmas hambrientos que solo nosotros queremos alimentar
CAMINAN POR ENCIMA DEL TECHO 6
Detrás de la señora Elodia, recorría aquel caserón. Cuando atravesamos el pasillo que desde la cocina conduce al interior de la casa, ante mi se abrieron, no solo dos enormes puertas de madera tallada sino las luces de un mundo que para mi hasta ahora era desconocido. Nunca había visto piso mas relumbrante, no había visto porcelanas mas hermosas; no entendía por que la señora Elodia volvía a fregar ese piso que para mi no podía estar mas limpio. Caminé mirando hacia arriba contemplando el techo que era, para mi, casi tan alto como el de la iglesia, además también tenia dibujadas formas de seres humanos, pero estas no estaban ardiendo en el infierno ni suplicando, sino en actitudes mas amorosas, lo que me pareció muy bonito. Un “oiga, fíjese por donde va” me saco de mi contemplación y al bajar la vista me di cuenta que estaba a punto de chocar con el balde lleno de agua con que la señora Elodia mojaba el trapo con que arrodillada restregaba el piso hasta dejarlo sin mancha. En mis manos llevaba otros dos trapos que la señora Elodia me pedía cuando exprimía uno en el balde y lo cambiaba por otro de los que yo tenía. Miré hacia la escalera y por ella bajaban dos jóvenes vestidas como para fiesta. Ya la señora Elodia me había dicho que allí hacían fiestas, pero me pareció muy temprano para empezar una, apenas iba a ser medio día.
- La señora Margoth nada que baja y tengo que hablar con ella de ustè.- Dijo la señora Elodia mientras retorcía un trapo que escurría su agua entre roja y negrusca como la sangre, entre el balde.
- ¿De mí? ¿Para que? – Pregunté porque sentí miedo al pensar que quizás ya no era bienvenida y tendría que salir ese mismo día a la calle. Si bien yo estaba entre gente desconocida, no quería volver a vivir el frío y el hambre de días atrás.
- Por que si. Ustè no entiende. Ah, pero hasta que no baje no le puedo hablar, no le gusta que se le metan a la habitación sin que lo haya llamado a uno.
Iba a volver a preguntar cuando una voz femenina me interrumpió. Era la joven que en la mañana había estado en la cocina, al principio no la reconocí pues ahora su rostro estaba maquillado. La verdad se veía más bonita sin maquillaje. Su cabello rubio estaba pegado a la cabeza con peinetas de nácar. – Llévese a esa niña pa`bajo que ya casi vamos a abrir – Dijo la joven con cierto tono de reproche a la señora Elodia. Ella no hizo ningún gesto de haberle escuchado sino que tomó el balde, le echó un trapo adentro y empujándome fue saliendo junto conmigo por la puerta de madera que se cerró detrás de nosotras.
- Camine pa mi cuarto y me espera ahí a ver que hacemos con ustè – Me decía ella mientras me llevaba otra vez por el pasillo hacia su cuarto, ruta que para mi ya era familiar. La mujer giró el picaporte de la puerta y con un leve empujón me hizo seguir primero y al dar un paso dentro y girarse para cerrar la puerta, de atrás de ella surgió la figura de un hombre joven. La señora Elodia contuvo un grito y luego respiró aliviada, era Ernesto, su hijo que la esperaba allí.
- Deje de meterse así, que un día de estos le van a dar un machetazo – Le reprocho a su hijo que se acercó y la besó en la frente.
- Ustè sabe mamá que no pasa nada. ¿Todavía con esa chinita?
- Si, ya le dije quien es – Replicó la señora Elodia.
Yo me senté en la cama y empecé a jugar con algunos frascos pequeños y cilíndricos que tenia ella encima de la mesa de noche. Trate de no escuchar conversaciones ajenas, como decía mi mamá, pero también sabía que hablaban de mí.
- Mamá ¿está segura? Mire que meterse en cosas que nada tienen que ver con ustè es malo, es peligroso.- Casi en tono de suplica le manifestó Ernesto a su madre.
- Bueno ¿y en resumidas cuentas que carajo quieren ustedes saber de esta niña? ¿Qué carajo les pone o les quita una niña de que… cuantos años… siete o seis años, ah?
- Mire mamá eso no es cosa suya. ¿Esa chinita venía de La hermosa, verdad?
Al escuchar aquel nombre sentí el crujir de las tejas, unos gritos de hombre, imágenes de mi padre, como dibujadas a pincelazos anchos, saliendo de la casa con su machete en la mano, un golpe seco y la puerta que se abre tan bruscamente que su parte de arriba se desprendió y mi padre que se arrodilla como cuando me iba a acariciar pero sus ojos aunque me miraban seguían buscándome y sus manos aunque me tenían cerca no me alcanzaron. – Corra, corra y no suelte a su hermana – La voz de mi madre retumbó en mi cabeza. El túnel y la manecita que busco y se me escapa como un pez que vuelve a la quebrada.
- Bueno si y que… Pero llegó con la señora Margoth – contestó la señora Elodia molesta.
- Pero como se le ocurre cuidar esa chinita, además ya sabiendo eso, Remigio no me va a dejar en paz hasta que no se la lleve.
- ¿Por qué? – Respondió la señora Elodia. - ¿Qué mal les ha hecho?
- Son ordenes, además no es el mal que nos hagan ahora sino el que pueden hacer después. Esos son mala sangre. Y ya le dije, o son ellos o somos nosotros y la señora Margoth se está metiendo en problemas si sigue yéndose por el lado malo.
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- Hace muchos años me fui por el lado malo, por eso me echaron de la casa – Interrumpió la voz de una mujer desde el umbral de la puerta. Ernesto volteó a mirar y se encontró con la mirada severa de la Señora Margoth que estaba en el umbral ya que la puerta no se había cerrado del todo.
La vi. Desde la cama de la señora Elodia, en la puerta a contraluz, parecía un anuncio de los que veía en las revistas y que promocionaban cigarrillos. La señora Margoth fumaba uno.
- Con que ahora es malo lo que hago, pero hace diez años cuando vinieron aquí si no era malo.- Añadió con firmeza la dueña de la casa.
- Señora Margoth, buenos días – decía Ernesto mientras luchaba contra el instinto de bajar la mirada, como esos perros que aunque muestran los dientes, meten el rabo entre las patas y bajan la cabeza en presencia de un espécimen superior.
- Entonces Ernesto, cada vez está más perdido usted… - Le dijo con tono irónico doña Margoth.
- No señora, al contrario, trabajando duro para mejorar este país.- Respondió humilde el joven.
- Si, hace diez años los que subieron allá donde ustedes vivían también decían los mismo – Repuso con frialdad doña Margoth.
- Señora Margoth, por favor… - suplicó la señora Elodia.
- Tranquila Elodia, no quiero echarles en cara nada, pero Ernesto parece que se olvida de su pasado.
- No señora Margoth, no se me olvida, por eso hago lo que hago – Respondió Ernesto tomando un segundo aire, eso si sin parecer desafiante.
- Ernesto, usted espera matar unos fantasmas creando otros hasta que usted mismo se convierta en uno de ellos.
- Señora Margoth, uno tiene derecho a defenderse, ahora es diferente que hace diez años. Ustè sabe que son ellos o…
- Ellos, los otros y para los otros nosotros somos ellos, los otros… – contestó pausadamente doña Margoth dejando escapar un hilo de humo a través de sus labios – Ahora es diferente pero todo lo hacen igual – Y ante un intento de replica de Ernesto, la mujer lo miró a la cara y dijo – No le pido que me entienda esto Ernesto, pero aquí no venga con sus vainas porque yo se mucho mas que usted y si está en problemas sálgase así como se metió. Hace cinco años se largó usted y no ha hecho más que hacer sufrir a su mamá.
- Yo hago lo que tengo que hacer y lo hago precisamente es por mi mamá – se defendió Ernesto.
- A sus tres hermanos mayores ya los mataron ¿Qué mas quiere? ¿Eso es lo que hace por su mamá? – Abriendo la puerta de par en par y haciéndose a un costado, la señora Margoth aspiró el humo de su cigarrillo. – Despídase de su mamá Ernesto. – Dijo indicándole la salida al joven.
Vi como Ernesto sin atreverse a decir mas miro a su madre, luego posó sus ojos en mí y salió sin ver a la cara a la señora Margoth.
De una tienda de baratillo que queda en una de las esquinas del parque sale un hombre bajo y fornido, de rostro simiesco, lleva en sus manos una bolsa de papel con algo dentro. Camina pasando la calle y se sienta en una de las bancas del parque. Con disimulo abre la bolsa y de ella entresaca una muñeca de plástico de esas que tienen pelo sintético, lustroso y ojos redondos y azules coronados por largas pestañas. El hombre contempla con sus ojillos inquisidores el juguete, se coloca un dedo atravesando sus labios y luego lo coloca en los labios de la muñeca inclinándola hacia atrás con un sssh, y la pequeña replica infantil fue cerrando sus ojos poco a poco.
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Ellos, los otros y para los otros nosotros somos ellos, los otros…