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Ciudad perdida que todos conocían

05/06/2009 12:30 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

Los jesuitas construyeron una esdificacion para usar como convento y colegio a finales del siglo 19. Hoy ese edificio, declarado monumento nacional es motivo de especulación y hasta le atribuyen fantasmas

Los sótanos y pasadizos que hay en la vieja edificación de la carrera 19 entre calles 32 y 33, en remodelación, para convertirse en la sede de la institución cultural más importante del oriente colombiano, no son un descubrimiento ni nada nuevo. Llenos de entusiasmo por lo que los ingenieros encontraron, algún periodista joven, de esos modernos que no averiguan ni confrontan nada y publican la primera ocurrencia que se les venga a la cabeza, un medio de comunicación de Bucaramanga los llegó a calificar como una "ciudad perdida". "Creo que el que quien anda perdido, de la verdad y en la realidad, es quien escribió ese título", dijo un octogenario amigo mío que en repetidas ocasiones estuvo explorando el sitio cuando era joven. Una abogada bumanguesa que estudio en el colegio Nuestra Señora del Pilar su bachillerato, entre los años 70 y 80, cuando lo regentaban las monjas, me dijo “Yo estuve con otras estudiantes merodeando por ahí en repetidas ocasiones, allí las monjitas guardaban trastos viejos, cosas inútiles”. Tenemos que no se trata de una ciudad perdida ya que miles de santandereanos, hombres y mujeres, le conocieron, pasearon frecuentemente y hasta disfrutaron para experimentar el miedo que generan los sótanos y más cuando han sido usadas curas y monjas como camposanto.

En el año de 1894 el lugar era un lote poco producto en materia agrícola o ganadera, de propiedad del gobierno y por el lugar se pasa cuando se iba o venia a Rionegro y posiblemente la mayor parte de los pueblos de lo que hoy se conoce como “Soto Norte”. Ya en 1896 la comunidad de sacerdotes Jesuitas han hecho una construcción muy moderna para la época y fundan un colegio, el San Pedro Claver. Desde sus principios la comunidad recibe abundantes recursos del Estado colombiano con los que funciona el centro educativo y la comunidad religiosa económicamente bien. Paran los años y se convierte en un centro educativo elitista y al que solo podían acceder las clases pudientes, muchos años después no solo las pudientes, también se le negaba en acceso a quienes políticamente estaban matriculados en el Partido Liberal. Era una época de odios partidistas. Por allá en el año de 1934 los jesuitas son expulsados del país y los curas cierran el colegio San Pedro. El problema es grande, así que en 1935 siendo presidente de la república Alfonso López Pumarejo y ministro de educación el maestro Darío Echandía, destinan 50 mil pesos y surge el colegio de Santander, con criterios liberales y democráticos.

El 18 de marzo de 1937, con el educador Eduardo Rueda Rueda, de origen Zapatoca, comienza a funcionar el colegio de Santander con el slogan “Mi colegio del Alma” en el local que hoy es materia de remodelación. Así quedaba solucionada la crisis educacional del Bachillerato masculino en Bucaramanga. Muchas cosas que tenían los jesuitas en el sótano se las llevaron, entre ellas momias de otros curas y hermanos de la comunidad, pero dejaron otras de las que jamás se hizo un inventario. En todos los tiempos los jóvenes han sido curiosos y es así como buscan la forma de entrar a las “catacumbas criollas” de los jesuitas en Bucaramanga. El turismo al sótano se fue incrementado entre los “santanderinos”. Los muchachos del Santander tenían dos diversiones para entonces: Subirse a los árboles a bajar mangos en el Parque Centenario o ir a investigar en los sótanos del colegio. Este colegio abandonó el edifico en 1957 y se trasladó al lugar que hoy ocupa en la calle 9.

Una ciudad perdida que miles de santandereanos conocìan desde su epoca del bachillerato, hombres y mujeres por parejo

Al poco tiempo les llegó el turno a las mujeres. Con la regencia de una comunidad religiosa, es fundado el colegio de Nuestra señora del Pilar o colegio del Pilar y ocupa la vieja casona que había abandonado el Colegio Santander. Las niñas no se quedaron atrás, también descubrieron las entradas al sótano, lo que hoy llaman algunos periodistas como “la ciudad perdida”. La diferencia entre ellos y ellas era muy poca. “Formábamos grupos de 7 u 8 estudiantes, casi siempre de los cursos altos, a las primíparas les daba miedo y entrábamos con velas y linternas. Yo creo que no quedó un solo rincón de esos sótanos sin ser detenidamente escrutados por las estudiantes del Pilar. Era muy divertido. Llegamos a inventar espantos y cosas por el estilo… Después que me gradué no volví a saber nada de esos lugares, pero yo creo que nunca dejaron de ser visitados por las pilaricas… No hace mucho, luego que se fueron las monjas, supe que unos obreros del departamento vinieron y tapiaron las entradas…”, explicó una profesional del derecho que hoy ocupa un importante cargo en el Poder Judicial. Después vino el colegio Aurelio Martínez Mutis y por estos días descubren una ciudad perdida que miles de santandereanos en su época de estudiantes visitaron asiduamente.

“Cuando los jesuitas estaban en el lugar, existían dos capillas una en la esquina de la calle 31 y otra en la 33. Después suprimieron la de la 31 y por muchos años usaron la otra, en esa capilla por allá en los años 40 instalaron la Asamblea Departamental. Por allá en los años que mandaba la Anapo, hubo una inspección a la “Ciudad Perdida” por parte de diputados de entonces y se llegó hablar de tesoros enterrados que dejaron los curas en su atropellada salida del país en el año 34 (más o menos). En otras palabras, los sótanos construidos por los jesuitas en la casona de la carrera 19 nunca han dejado de ser visitados. Posiblemente, decía jocosamente mi octogenario amigo, “los únicos que no sabían de su existencia eran los jóvenes periodistas de la historia publicada” y tiene razón en sus afirmaciones porque esos nuevos profesionales nunca saben nada de nada, su labor la limitan a repetir las fuentes informativas y promulgan verdades y mentiras por parejo. Rara mescla: religión, política, educación, juventud y periodismo girando alrededor de un cuento viejo, manoseado y que por unos instantes se imaginaron que era tema nuevo. ¿Por qué se mantuvo tanto sigilo en torno a estas catacumbas criollas, construidas por la comunidad jesuita en Bucaramanga, que hoy laman “ciudad perdida” pero que todos conocían de generación en generación a través de 113 años?


Sobre esta noticia

Autor:
Valentinadiazgomez (298 noticias)
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