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Se plantea en el artículo la difícil situación actual de la sociedad colombiana, asediada por la violencia de las armas, y cómo la población usa de forma decidida y consciente su rica cultura para superar este desgarrador drama
Ciertamente América Latina no está hoy para realismos mágicos. Y menos aún lo está esa desgarrada pieza del fragmentario y complejo rompecabezas de la comunidad iberoamericana que es Colombia. Como expresa el escritor vallenato Alfonso Sánchez Baute en entrevista aparecida en la revista Caudal (año 6, nº 22, abril-junio 2007): “dejamos atrás la literatura del realismo mágico y de alguna manera estamos escribiendo la literatura del realismo trágico (…), estamos enfrentando en Colombia el tema de la violencia (…) y comenzando a escribir esa tragedia desde la realidad, no desde la magia.”
Hablar hoy de Colombia es hablar (y lo mismo puede decirse de toda América Latina) de un país con dramáticos niveles de pobreza y lacerantes desigualdades sociales. Pero es sobre todo hablar de un país sometido a un conflicto armado de extrema longevidad (más de medio siglo), superado tan sólo en duración por la confrontación por Cachemira entre la India y Pakistán (1947), la guerra palestino-israelí (1948) y la de secesión en Birmania (1960). Asimismo, uno de los conflictos armados más feroces y complejos (sostenido por y a través del narcotráfico), verdadera guerra civil que desangra a la sociedad civil colombiana. En este sentido, las cifras hablan por sí solas: durante los últimos 20 años el conflicto colombiano ha cobrado la vida de al menos 70.000 personas (en su mayoría civiles muertos fuera de combate) y ha convertido en desplazados internos a más de 3 millones. (Amnistía Internacional, julio 11 de 2005). De otro lado, las FARC (uno de los grupos guerrilleros colombianos) recaudan al año entre $300 y $800 millones por medio del narcotráfico, el secuestro y otras acciones clandestinas. (Departamento de Planeación Nacional de Colombia).
Ahora bien. Hablar hoy de Colombia es también, y sobre todo, hablar de una nación que, aun cuando fragmentada y sacudida por la más extrema violencia cotidiana, ha demostrado de forma clara y rotunda su decidida voluntad de persistir y de salir adelante, es hablar de una nación cuyos ciudadanos han optado por la vida civilizada y por la convivencia pacífica, por la paz.
En este heroico empeño la viva y rica cultura de Colombia ha jugado (y juega) un papel de trascendental relevancia, de incalculable valor: la cultura es en sí misma una apuesta por el diálogo creativo y el entendimiento entre los hombres. A este respecto nos dice la escritora Laura Restrepo en entrevista publicada en Caudal (año 4, nº 13, enero-marzo de 2005), tras hacer referencia al importante Festival de Teatro de Bogotá: (…) “hay mil manifestaciones culturales colectivas más, que te dan la idea de la necesidad que tiene la gente de cultura, lo que ha hecho que la gente siga bailando en medio de la guerra. A mí siempre me conmueve. Es una forma de resistencia cívica, pacífica (…) El sólo hecho de cultivar el arte, de comunicarse a través del arte, es una forma de oposición a la violencia muy interesante.”
A la barbarie y la sinrazón de las armas, a la vesania de la violencia, Colombia opone (..) de forma firme y decidida la razón, la armonía y la belleza de la actuación, del canto y de la poesía
Colombia, pues, si bien está hoy asediada por la barbarie, no se doblega y de ningún modo se resigna a perder su honda raíz humana, el vuelo imaginativo y creador de sus gentes, el sentido de lo lúdico y de lo participativo. Y en este denodado afán y empeño se ha constituido en un paradigmático caso de resistencia civil.
No debe extrañarnos pues que en este año 2007 La Unión de Ciudades Capitales de Ibero América (UCCI) designara por segunda vez a su capital, Bogotá, como Capital Iberoamericana de la Cultura, después de su nombramiento como Capital Iberoamericana de la Cultura en 1991 y Plaza Mayor de la Cultura Iberoamericana en 2000. Y que asimismo la UNESCO la haya designado Capital Internacional del Libro para el año 2007. Significativo y revelador es igualmente el hecho de que la hermana república iberoamericana posea en la actualidad el más importante festival de rock de América Latina (Rock al Parque), dos de los más importantes festivales de teatro del mundo (el de Bogotá y el de Manizales) y el más multitudinario, vivo y dinámico festival de poesía del planeta: el Festival de Poesía de Medellín.
A la barbarie y la sinrazón de las armas, a la vesania de la violencia, Colombia opone pues de forma firme y decidida la razón, la armonía y la belleza de la actuación, del canto y de la poesía. Como manifestara Fernando Rendón (y con sus valientes y lúcidas palabras concluyo), fundador del Festival Internacional de Poesía de Medellín, al recibir el premio Nobel Alternativo otorgado por la fundación Right Livelihood Award de Suecia a las instituciones que hacen una labor social: “El Premio Nobel Alternativo 2006 concedido al Festival Internacional de Poesía de Medellín es un reconocimiento al papel histórico de la poesía, en oposición a la cultura de la muerte que tiene su origen en las autoritarias esferas del poder trasnacional. El poema es la exaltación de la visión del porvenir hecho por todos. Se canta en voz alta la historia de la transformación del espíritu humano y de las luchas de los pueblos, por la certeza de una edad sin opresión.”
Desde estas páginas pido con fervor que esa “edad sin opresión” se materialice, germine vigorosa como una planta de vida en la hermana república de Colombia y en todo el continente.