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Este campesino lleva ya un mes inquieto ante los brotes de líquido negro que fluyen por sus tierras. Aunque no está muy seguro, supone que se trata de petróleo. Sus vecinos también lo creen: vienen a visitarlo con esa intención y se marchan con ese convencimiento
Seguramente, haciendo memoria, más de uno se acuerde todavía de aquella famosa serie de los años 70, rodada en blanco y negro. Sí, hombre, esa comedia made in USA que contaba las aventuras de una familia que, de la noche a la mañana, se hacía multimillonaria. Gracias al petróleo que encontraba el padre al dispararle a una charca de su propiedad. Un disparo certero que les servía de billete a los protagonistas para trasladarse hasta la zona más opulenta de Hollywood. “Los nuevos ricos de Beberly Hills” (The Beverly Hillbillies) se titulaba la serie, llevada al cine con el mismo título en 1993.
Por entonces, visionábamos los capítulos cuando los emitían, sin mando a distancia y riendo a carcajadas, contagiados por la fortuna del sueño americano. Después de todo, no era tan difícil llegar a ser rico.
Claro que, a día de hoy, y visto lo visto, la revisión de sus imágenes no deja más que en evidencia la ingenuidad de la que hacíamos gala entonces, cuando no había tanto baile de cifras millonarias, y las que había bailaban en privado. Ingenuidad que, por otro lado, hemos ido arrojando en un pozo sin fondo hasta quedarnos con más bien poca.
Porque imaginen la misma situación en la actualidad. Esta vez, para no tildar de fraude, los acontecimientos transcurrirán en Colombia, en un pueblo cerca de la costa, más concretamente en el municipio de Arjona. El protagonista, si es que tuviéramos que llamarle de alguna manera, le diríamos Mario García Martínez, campesino dueño de una pequeña finca.
Este campesino, por dar más detalle, lleva ya un mes inquieto ante los brotes de líquido negro que fluyen por sus tierras. Aunque no está muy seguro, supone que se trata de petróleo. Sus vecinos también lo creen: vienen a visitarlo con esa intención y se marchan con ese convencimiento.
Pocos días después están allí periodistas, radio, televisión, y todos le están preguntando, lo interrogan, quieren saber si es cierto. Pero él cómo va a saber. Sabe que huele a gasolina, que es pegajoso, que brota del suelo, pero de ninguna manera tiene algún informe, alguna prueba que demuestre o desmienta.
Sin embargo, Mario García Martínez, el afortunado campesino de ascendencia indígena, hace saber a los periodistas que pronto tendrá noticias. Al parecer, hace tan sólo unos días habían llegado algunos hombres con uniformes de trabajo que habían hecho vídeos y tomado fotos del terreno: les descubrió incluso señalando, muy extrañados, mientras inspeccionaban las manchas. Uno de ellos susurró que la sustancia tenía olor a gas quemado. Luego recogieron todo y dijeron que ya le llamarían.
Desde aquel encuentro, había comenzado a llegar más gente, todos interesados en el fluido espeso, negro y pegajoso que brotaba del suelo. Alguno había recogido ya muestras del líquido en cuestión. Aunque ninguno de los que habían llegado quisieron identificarse.
De cualquier forma, de entre todas las visitas que recibió, la que más le extrañó a Mario fue la de un helicóptero, el primero que veía tan de cerca. Un helicóptero que había estado sobrevolando la finca, tal vez tomando fotos. Algo insólito en un territorio donde, ni si quiera un año atrás, cuando habían sufrido unas inundaciones que les habían alcanzado hasta el cuello, habían visto aparecer ninguno.
Pues bien, ahora imagínense que es todo real. Imaginen que la gran esperanza de Mario es confirmar que la sustancia viscosa es de verdad petróleo; que todas sus expectativas las ha puesto en vender su parcela y optar por una vida mejor…
Y ahora, con toda la ingenuidad del mundo, que levante la mano quien crea que se hará millonario.