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¡Y sin embargo te quiero!,
Eso fue lo que le dijo con cariño la soga al cuello, mientras el pobre ahorcado, ajeno a tan opresiva declaración de amor, se asfixiaba (comprobando en carne propia, aunque sería más acertado decir pescuezo, que hay cariños que matan), y su cuerpo con los pies colgando se balanceaba cual péndulo.
Todo sucedió en un santiamén. Es lo que tienen las declaraciones amorosas demasiado intensas, son opresivas, pero breves.
Ni tan siquiera pudo el colgado abrir la boca, para decir que era suya, aunque tuvo tiempo suficiente para comprobar que Dios y Cupido eran muy diferentes, porque el primero aprieta pero no ahoga , sin embargo el segundo, estruja y asfixia.
Y desde ese día en que la soga abrazó amorosamente al cuello, se conoce el lugar como el del árbol del ahorcado enamorado.
No puedo garantizar que la historia sea cierta, ya que en cuestiones de amor, la imaginación de la gente es capaz de inventar los relatos más disparatados.
En lo que a mí respecta, soy ateo, no creo en ninguna divinidad, y mucho menos, en las amorosas.
Aunque yo también estuve a punto de perder la vida, por asuntos del corazón, pero en mi caso, no fue el implacable nudo corredizo de la soga, quien intentó acabar con mi vida, fue un hacha, que quiso separar mi cabeza del cuerpo, pero estuve atento para esquivar por segundos, el frío corte del acero que venía en dirección a mi cogote .