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Siempre trabajé muy a fondo para convertirme en un buen profesional, y con el paso del tiempo, fui adquiriendo experiencia y aprendiendo año tras año de mis propios errores, pero no debí de ser un buen alumno, ya que llegó un momento, en que me convertí en un auténtico especialista en fracasos. Sin embargo, eso no me hizo arrojar la toalla, seguí luchando, y aquí estoy. Hoy por fin, he conseguido llegar a lo más alto, al nivel más prestigioso, dentro de mi actividad laboral, y en lo que hace referencia a mi vida personal y familiar, puedo decir que he conseguido todo lo que me he propuesto, por lo tanto, creo que me puedo definir como un triunfador (¡perdón por la inmodestia!), pero a pesar de ello, sigo pensando que he perdido de forma estúpida, gran parte de mi tiempo, puesto que me doy cuenta, a hora, cuando el inevitable paso de los años, ha consumido una gran parte de mis energías, que las respuestas a las preguntas que me agotaron de tanto buscar, las tenía más cerca de mí, de lo que jamás había imaginado. Tuve a mano muchas de las soluciones a los problemas que me agobiaban, pero no lo supe ver en su momento, no sé, si fue por torpeza, por ceguera o porque uno siempre mira a lo lejos para resolver sus infortunios, cuando la vista hay que dirigirla primero a lo cercano, ya que gran parte de las veces, suele ser lo más eficaz, incluso, lo más sencillo. Así pues, especializarme en vivir, me ha llevado casi toda la vida. Y ahora que he logrado hasta lo que nunca había ni tan siquiera soñado en mis fantasías más exageradas, tengo la desagradable sensación de que tanto esfuerzo no ha servido para nada. Y en estos momentos, lo que de verdad me gustaría, es ser especialista en nada, y volver a ser un aprendiz. Pero ya no hay marcha atrás, pues el camino del tiempo no se puede desandar. Los años vividos caducan, no hay renovación posible. Quizás el único consuelo que me queda, es aferrarme con absoluto convencimiento a una futura Reencarnación , si es que de verdad existe. Es en lo que siempre pienso todos los días cuando salgo a dar mi habitual paseo por el parque, acompañado de alguno de mis nietos, a los que les digo siempre que no tengan prisa, que se tomen las cosas con calma, que sepan saborear los placeres de la existencia, que solo vale el presente, y lo demás son cuentos que se difuminan en el aire. Y todo lo dicho, me lleva a pensar, que si desconocimiento y juventud van de la mano, siempre forman mejor pareja, que sabiduría y vejez. Para ser anciano, envejecer y morirse, siempre hay tiempo.