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La forma como nos expresamos y las palabras que utilizamos, son determinantes en el proceso de mejorar, afianzar o simplemente deteriorar una relación con los demás
Una palabra. Una sola. Ofensiva. Demasiado cargada de rabia y resentimiento. Esa sola expresión, que resultó demasiado fuerte, bastó para que se rompieran varios años de buena relación matrimonial. ‘ No lo voy a soportar’ , le gritó, presa de la ira. Salió dominada por la ira, cerrando la puerta violentamente tras de sí. Raúl corrió a la enorme ventana de la sala y la vio alejarse, con ese caminado característico de su esposa que siempre le gustó, desde que la encontró una tarde lluviosa en la cafetería de la universidad.
Ese también fue para él, el comienzo de un largo viacrucis. Le hacía enorme falta su cónyuge. Pasaba las noches en vela. Daba vueltas en la cama intentando conciliar el sueño pero sus esfuerzos resultaban infructuosos. La vida se le convirtió en un verdadero infierno. En la noche y durante la madrugada, que le parecían más largas que de costumbre, anhelaba que amaneciera, y cuando llegaba al trabajo, ya estaba deseando que sonara el timbre marcando la salida de la empresa. Y el ciclo comenzaba de nuevo. Interminable. Doloroso. Insufrible.
La llamó muchas veces. Al principio simplemente descolgaba el auricular y aunque él se despachaba con todas las palabras atropelladas una tras otra, como una enorme cascada que se precipita en un abismo, ella no musitaba respuesta; se limitaba a colgar. Después, cansada del asedio de Raúl, decidió cambiar el número del teléfono.
--Dios mío, ayúdame. Prometo que si la traes de nuevo, jamás repetiré el mismo error--, clamaba él medio de su desesperación, acompañado apenas por la soledad y el silencio de un cuarto que le parecía cada vez más extraño.
Repitió su oración muchísimas veces, tantas, que perdió la cuenta. ‘ Pareciera que no me escuchas’ , solía quejarse ante el Señor.
Un día se aventuró a esperarla a la salida del trabajo. Sabía que invariablemente terminaba turno pasadas las seis de la tarde. Y no se dio por vencido, aunque estaba cayendo una lluvia pertinaz sobre la ciudad. Impasible. Dispuesto a abordarla. Incluso, preparado por si Raquel le hacía pasar una vergüenza haciéndole un desplante. No se dio por vencido, aunque perdió la cuenta de las veces que consultó su reloj, con la sensación de que las manecillas parecían haberse detenido en el tiempo.
--Tenemos que hablar?le dijo, y sin esperar respuesta, casi arrastrándola de una mano, la condujo a un parquecito. Sentados, ajenos a lo que ocurría alrededor e incluso, al niño que casi les golpea con una pelota, se decidió a pedirle perdón--: Reconozco que cometí un error. No debí haber dicho lo que aquél día. Pero estaba enfurecido. Sé que sabrás perdonarme...--Y esperó la respuesta un tiempo que le pareció una eternidad.
La conversación fue apresurada, con pedidos de perdón y compromisos de no reincidir en decir palabras que causaran heridas. ‘ Yo reconozco que también me excedo en ocasiones. Pero verás que en adelante no va a ocurrir...’.
¿Mide el alcance de lo que dice?
Resulta sorprendente, pero lo que decimos, cómo lo decimos y en qué momento lo decimos, resulta determinante para que las relaciones interpersonales sean altamente satisfactorias, medianamente manejables o sencillamente, se inclinen al resquebrajamiento. Si tomáramos conciencia de la enorme carga que representan las palabas, mediríamos cuidadosamente cada respuesta.
‘No olvides que muchos países entraron en conflicto, solamente porque sus dirigentes no tuvieron cuidado de lo que decían. Desataron confrontaciones de carácter internacional, sólo a partir de palabras dichas en el momento menos oportuno’ , me dijo un joven durante una charla que dictaba en otro país. Coincidimos todos que a través de la historia, hablar sin pensar, ha traído consecuencias nefastas.
Edificar o destruir, he ahí el asunto clave
Usted se sorprendería al comprobar el enorme poder motivador o desmotivador que encierran las palabras. Cuando algún componente de la familia se encuentra atravesado por una etapa difícil debemos compartirle palabras que le infundan ánimo.
En la antigüedad uno de los más grandes exponentes de pautas de vida, enfatizó en el enorme poder de lo que decimos, que se orienta a edificar o destruir a nuestros interlocutores: ‘ En la enfermedad el ánimo levanta al enfermo...’ (Proverbios 18:14, Nueva Versión Internacional). Y también que ‘ En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman, comerán su fruto’ (Proverbios 18:21, Nueva Versión Internacional)
¿Mide el impacto de sus palabras?
Se alcanzan grandes resultados en el fortalecimiento de nuestro interactuar con la familia y en general con quienes nos rodean, cuando desechamos las manifestaciones de crítica y rechazo e infundimos ánimo, estimulando e impactando positivamente en la forma como nos expresamos.
En muchas ocasiones palabras que afectan favorablemente a nuestros interlocutores, acompañan el proceso de cabio y crecimiento personal y espiritual. ‘ Sus palabras pueden dar a su cónyuge el valor necesario para dar ese primer paso’ , asegura el sicólogo Gary Chapman, en su extraordinario libro ‘ Los cinco lenguajes del amor’ (Editorial Unilit, pp. 42)-
Animar implica ponernos en los zapatos del otro para procurar identificar cómo se encuentra, y así poder escoger los términos apropiados cuando le abordamos en una conversación.
Evaluar cuidadosamente cómo nos expresamos
Así como resulta muy importante el hecho de que sepamos decir las cosas, debemos ligar ese proceso de dialogar con el tono de voz apropiado, evidenciando con nuestros gestos que deseamos colaborar y, además, utilizando los vocablos indicados para cada ocasión. La forma como nos comunicamos es clave; jamás debemos olvidarnos del papel preponderante que ocupa la comunicación en las relaciones al interior del hogar y con las personas que nos rodean.
¿Qué hacer si nuestro interlocutor, que bien puede ser nuestra pareja o uno de los hijos, demuestra agresividad en lo que dice?
En primer lugar, guarde la calma. Puede que no suene fácil pero sólo quien guarda serenidad logra controlar y manejar las situaciones conflictivas. Además debemos cuidarnos de no elevar el tono de voz y expresarnos en un volumen que resulte conciliador a oídos del interlocutor, tal como lo recomienda el rey Salomón: ‘ La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego’ (Proverbios 15:1, Nueva Versión Internacional)
A éste hecho sume otro igualmente importante: procure no capitalizar los errores de las demás personas. Hay quienes aprovechan cualquier error para sacar el As debajo de la manga y poner sobre la palestra los fracasos pasados del interlocutor.
Actuar así revela lo que hay en el corazón nuestro, y hace evidente que no tenemos amor auténtico por el prójimo ni tampoco una actitud de perdón. Es un imperativo que desechemos el enojo, el rencor, la amargura, el resentimiento y el deseo de venganza.
Reconocer que también fallamos
No somos infalibles. También fallamos. Debemos reconocerlo. Erramos de una u otra manera. Y producto de tales yerros, causamos heridas a los seres queridos con lo que decimos. Sobre esta base es necesario reconocer cuando hemos incurrido en errores y aplicar correctivos para no reincidir en el mismo comportamiento.
Es probable que con nuestras palabras hayamos provocado profundas heridas. Pues bien, en adelante, y como si se tratara de cheques que giramos y de los cuales nos cuidamos para que no se produzca un derroche, usted debe comprometerse a medir el alcance de cada palabra. Sea muy cuidadoso. Corrija con ayuda de Dios las fallas del pasado, teniendo siempre presente que con las palabras edificamos o destruimos (Cf. Proverbios 18.21)
Al admitir que también solemos errar, y disponernos a cambiar, demostramos consideración, valoración y amor auténtico a nuestra pareja, a la familia en su conjunto y a las personas con las que interactuamos diariamente.
Una forma de ganar el terreno que perdimos por no hablar apropiadamente y decir lo primero que se nos venía a la mente, hiriendo a aquellas personas con las que interactuamos, estriba en medir el tono de voz al expresarnos y los gestos que utilizamos, así como manifestar palabras de ánimo, que edifiquen y estimulen, que construyan puentes propicios para conversar y cimentar amor y aprecio sinceros.
© Fernando Alexis Jiménez