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–Maestro, esta mujer ha sido sorprendida cometiendo adulterio, ¿qué opinión le merece? La pregunta fue formulada con la perversa intención de comprometerlo y Jesús que estaba escribiendo con su dedo en el suelo les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra»
Hace diez meses fui invitado a una reunión cristiana en la casa de mi sobrino Wladimir, en la ciudad de Guacara. El encuentro estuvo dignamente representado por el Pastor William Santiago, quien paseó a los presentes por distintos pasajes bíblicos demostrando completo dominio sobre la materia.
En medio de la prédica se me escaparon varias cuestiones, pero había una que siempre ha permanecido en mi mente y aproveché la ocasión para acabar con la duda, preguntando: ¿Qué posibilidad pudieron tener Hitler y Stalin de ser perdonados por todos los crímenes cometidos, si ellos previamente se hubiesen arrepentidos?
El hermano William contestó con mucha firmeza. –¡Evidentemente, Dios los hubiese perdonado a ambos!
–¡¡¡Pero, ellos fueron culpables de la muerte de millones de inocentes!!! –Fue mi angustiada apreciación.
El Pastor acotó de inmediato. –¡El Señor no ha venido a salvar a los justos, sino a los pecadores mediante el arrepentimiento, de otra manera el sacrificio de su hijo no hubiese tenido sentido!
Hace unos días atrás me desperté de madrugada y comencé a reflexionar sobre aquella respuesta, llegando a la conclusión de que realmente las personas que cometen un delito y luego son condenadas por las leyes terrenales, merecen todo el derecho a ser perdonadas. !Si la grandeza de Dios las absuelve! ¿por qué no hemos de permitirlo nosotros los mortales?
Mientras tomaba notas en el teléfono celular la luz solar me sorprendió, sin embargo, considero que el esfuerzo fue compensado, ya que cada frase emitida por el maestro Jesús son de incalculable valor y además muy pertinentes para el tema tratado.
Es importante enfatizar el momento cuando una multitud enardecida quizo ajusticiar a una mujer acusada de adulterio e insistían en conocer la opinión de Jesús, quien dijo. «¡Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra!». Y de inmediato todos fueron desapareciendo.
No es sensato ignorar a las personas que claman por una nueva oportunidad, antes conviene hacernos la siguiente interrogante: ¿Estamos dispuestos a ser medidos por la misma vara que medimos a nuestro prójimo?
También es muy importante perdonarnos a nosotros mismos, pues de lo contrario andaríamos literalmente con una enorme roca sobre nuestras espaldas.
Autor: Alfredo Pirela Velásquez