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El marxismo es un modelo teórico de la realidad, compuesto por el pensamiento desarrollado en la obra de Karl Marx
Es clásico y recurrente, un recurso de delimitación pueril e ignorante en la tradición de las derechas medir a toda la izquierda con el mismo rasero. Pero no todo el marxismo es igual, ni tiene los mismos preceptos, existe una corriente crítica que se contrapone con la parte más dogmática u ortodoxa. Yo, por ejemplo, me incluyo en una tradición gramsciana de izquierdas, por lo que rechazo el marxismo economicista, reduccionista y mecanicista con matices stalinistas. Por ello, entre los marxismos críticos, destaco y confluyo en bastantes aspectos con aquellos que desarrollaron cuestiones subjetivas como Trotsky, Lukács o Gramsci.
Hoy, no obstante, es muy difícil encontrar una corriente coherente dentro de esta crisis teórica marxista sobre el individuo y la acción política, existe un cierto anquilosamiento y, lo peor de todo, una repetición mecánica de aquellos clásicos que provoca una derrota teórica justamente cuando más necesario es el entendimiento de estos planteamientos ante un capitalismo contradictorio en cuanto a capital/trabajo dentro de las sociedades modernas.
Hay que evitar la idea de la autonomía de lo político y de la autonomía de lo cultural, anclando lo político y lo cultural en la lucha por las condiciones materiales exigibles de existencia, y no desconocer las dimensiones, las causas y las demandas del pueblo. Porque estas son las reivindicaciones democráticas legítimas en aras de los derechos civiles. Se trata de asumir su alcance político antisistémico sin perder de vista las condiciones clasistas de existencia que caracterizan a las sociedades capitalistas.
Politizar la lucha es llevarla a un plano moderno, es proyectarla a nivel político y cultural. En este sentido la izquierda es el punto de inflexión estratégica, de donde derivan las capacidades de organización, movilización y responsabilidad; no de radicalización, como pretenden hacer creer los partidos conservadores, eso es una idea antagónica y fabricada con malas artes, y con la que se pretende engañar a toda una sociedad avanzada.
Utilizando esta categoría antagonista, que es sesgada y manipulada, en un sentido peyorativo, subjetivo, como sinónimo de insubordinación, de conflicto o de inconstitucionalidad, la derecha deposita un poso de miedo en la ciudadanía, sobre todo en períodos electorales. Cuando en realidad la incorporación del debate por medio del diálogo como componente fundamental es un verdadero proceso de acción progresista. Es la evolución desde la subalternidad a la autonomía. Y eso es lo que estas élites temen.
Autonomía, en el debate marxista, es independencia de clase, escisión y ruptura con las clases dominantes y explotadoras pero también, un proceso de autodeterminación que, en sí mismo, constituye una expresión de conquistas subjetivas, de emancipación, y que configura una sociedad de libres e iguales.
La lucha entre el proletariado y la burguesía es lo que provoca el avance o el retroceso de la civilización
Y esto son las verdaderas ideas marxistas, no otra cosa, se trata de saber renovarse. Lo que algunos llaman la tendencia posmarxista. Tal vez, más académicamente, neomarxismo, pero que en cualquier caso no deja de ser el auténtico carácter marxista. No leninista, ni stalinista, ni ninguna otra cosa que quieran malintencionadamente manifestar estas derechas encasilladoras.
La cuestión es que con sus vicios y virtudes, mientras que una derecha cada vez más conservadora y radical pasa a la acción política, remite a su vez la unidad socio-política que debe subyacer en la izquierda, y el análisis que de esto se desprende es que habría que reflexionar más sobre su relación y sus interferencias recíprocas, en lugar de avanzar en líneas divergentes en una separación de universos marxistas o progresistas. A la izquierda le vendría bien asumir sistemáticamente el imperativo del análisis de la realidad concreta, es decir bajar de la nube filosófica y ponerse el traje de faena. La estrategia debería pasar de forma más profunda por la autocrítica, y por la correcta toma de decisiones, y no torcer la realidad para justificarse patéticamente de forma unilateral. Hay que asumir decisiones, y modificar o corregir criterios, y esa es la verdadera consigna. Una autocrítica que no implica abdicar de la capacidad de leer la situación y trazar caminos. Es hora de demostrar que la cultura política marxista es la correcta. Es hora de usar a Gramsci, aprovechando su potencial teórico y renovar nuestro arsenal conceptual, con el cual cambiar España. Hay aportes interesantes en América Latina vinculados a debates fundamentales de comprensión de la realidad histórica y política.
Y para ello el papel de las luchas obreras y de la juventud es importantísimo. Los trabajadores juegan un rol permanente, son el motor de toda política antagonista y autónoma. La ordinaria lucha de los sindicatos no siempre logra producir situaciones de expansión. Quizás son otros sectores en lucha los que abren la grieta, como es el caso ahora de las mujeres en su lucha por la igualdad. Y los jóvenes o los estudiantes tienen un hoy un papel histórico, porque cada generación debe asumir el papel de conciencia crítica que el momento requiere, muchos pensionistas demandan en sus manifestaciones este interés de la juventud por su propio futuro. Y es que sin estos movimientos no se tiene la potencia y la base sólida que el país necesita para recuperar el Estado del bienestar, En nuestros días y en nuestro país, a más posibilidad de desordenar las alianzas conservadoras, más capacidad de generar una situación de mejora general.
Qué envidia sana da comprobar la existencia de un Frente de Izquierda en Portugal, algo que en España no hemos logrado construir. Y si llega al Gobierno el progresismo enmascarado de Sánchez, sería bajo formatos liberales de carga clasista, con la falacia de un pacto de Estado con PP o Cs.
Aunque peor sería ver, como sucede en la Comunidad de Madrid un perfil radical de un frente de derechas rancias, con un radicalismo a veces acompañado de gestos reflejos de sectarismo, propio de tradiciones demasiado arcaicas y envueltas en viejas disputas del submundo de la ultraderecha.
La izquierda tiene un desafío importante en esta coyuntura para disputar y ocupar el lugar de la única opción consecuente, y buscar articular fuerzas en sectores importantes de trabajadores, mujeres, pensionistas y jóvenes. Vivimos tiempos difíciles, pero podemos revertir la tendencia y reconstruir un movimiento progresista que no sea simplemente testimonial sino que acompañe y se nutra de la realidad social y las demandas del pueblo.