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Acabo de echarle un vistazo a un editorial –el ascenso militar de China—, y el informe, –los nuevos dientes del dragón–, de la revista The Economist, del 7 al 13 de abril, en los que se comentan las consecuencias de estas políticas en el escenario mundial y regional. Por ahora se deja de lado las especulaciones sobre si en 2012 este país crecerá uno o dos puntos por debajo de 10% anual, como lo viene haciendo desde hace una década.
Los dirigentes chinos aprovechan toda ocasión para enfatizar el talante pacífico de su crecimiento económico, y señalan que es normal el incremento de 12% anual de su gasto militar, cercano al de su crecimiento, entre otras razones por la necesidad de mantener un brazo fuerte para garantizar la fluidez de sus exportaciones y asumir los compromisos derivados de su papel de potencia mundial.
Aunque sus fuerzas militares crecen y se modernizan, el presupuesto militar de China es menos de una cuarta parte del de Estados Unidos, pero los generales chinos quieren más, y es probable que en los próximos 20 años o algo más, este país haga los mayores gastos militares del mundo. De todas maneras, el rubro militar de China apenas supera el 2% de su PIB. Es casi lo mismo que el de Gran Bretaña y Francia, y apenas la mitad de gasto militar de USA.
Las cifras sobre el gasto militar de un país en pleno y consistente desarrollo, me llevaron a pensar en Colombia, que durante casi 60 años que lleva el conflicto interno, no hemos dejado de gastar preciosos, y escasos recursos económicos para una confrontación que sigue lejos de resolverse, por ser un problema que, en su origen, fue un mecanismo de supervivencia y luego un movimiento político para pedir una reforma agraria que el mismo liberalismo intentó hacer y no pudo.
Las cifras de nuestros gastos bélicos son, por decir lo menos, escandalosas: El presupuesto militar es superior a 5 % del PIB; por contraste, la inversión en educación es menos al de la guerra y lo que destinamos cada año a ciencia y tecnología es mínimo. Y no hablemos del atraso de nuestra infraestructura, porque es tan evidente que basta señalar que ni siquiera hemos acabado de construir la doble calzada a Tunja o a Girardot, que no requieren ni grandes puentes, ni ciencia, ni despliegues tecnológicos especiales.
Colombia, a diferencia de China, no requiere un presupuesto militar para garantizar que su producción y exportaciones lleguen a los centros de consumo, ni para evitar la secesión de Taiwán (remember Panamá), o la piratería del Océano Índico, o rescatar a sus especialistas petroleros de zonas de conflicto como Libia. No, Colombia hace estos enormes gastos para reprimir un movimiento campesino, o el cultivo de coca, problemas más políticos y sociales que militares.
Estas reflexiones tienen la modesta pretensión de hacer un llamado a revertir la prioridad de nuestros gastos, e invertir en la búsqueda de la paz, que de todas maneras debe ser prioritaria en un país que ha perdido tiempo y dinero en la guerra y tiene mucho que ganar si se moderniza para insertarnos en la globalización de la que tanto se habla y tan poco se hace.
"Nunca es benéfico para la nación mantener ejércitos mucho tiempo en combate" dice el maestro Sun Tzu en su libro clásico "El arte de la guerra".