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Relato de un padre de familia atravesando la ciudad con su esposa y su hija, durante el apagon de Caracas, la noche del 7 de marzo de 2019
Caracas esa tarde parecia un dia como cualquier otro, el metro funcionaba normalmente, las calles con sus peatones constantes, atravesaban la ciudad de punta a punta con el sol caribeño de fondo aquella mañana del 7 de marzo; muy pocos podrían imaginar lo que sucedería despues.
Alfonzo Duarte, es un joven caraqueño habitante de la zona de Los Ruices una de las últimas estaciones del metro de Caracas en dirección este. Aquella tarde como todas las tardes se encontraba en la Universidad Central de Venezuela recibiendo clases y compartiendo con sus compañeros; sin embargo, ya su día comenzaba a cambiar: en primer lugar, su esposa lo llama para avisarle que no pudo dejar a su hija al cuidado de su madre, lo cual, significaba su ida a la universidad acompañada de nuestra pequeña de 4 años; en segundo lugar, el encuentro con un personaje del pasado que desvió su atención del presente sumiendolo en los recuerdos fugaces de los tiempos antiguos.
Eran las cinco y treinta minutos de la tarde cuando se deslizó el primer comentario:" se fué la luz hace como media hora, cuando estabamos hablando en la cancha. Por eso es que ves a todo el mundo caminando por aqui". Mi esposa y yo nos vemos las caracas diciendo nada con la boca pero todo con la mirada; pasamos veinte minutos de indecisión, comenzamos a movernos y observamos la Plaza Venezuela abarrotada con miles de personas que deseaban evitar el caos a toda costa. La policia tomaba el control del tránsito, mi hija comienza a perder el ánimo.
Aquel día había sido especialmente pesado para mi esposa; en la mañana tuvo que caminar durante una hora para llegar a la panadería y comprar pan para la cena, lo cual pudo conseguir luego de una hora de cola bajo el sol; efectua el regreso sintiendo el peso de sus pasos lentos, para luego salir a buscar a los niños al colegio; sale con nuestra hija directo a la universidad, teniendo que soportar lo que todos aguantamos en el transporte de la ciudad, y luego con sus pies cansados y dedos fatigados, regocijaba su mente en el pensamiento constante de que luego de escuchar acerca del ser social, la propiedad y los conceptos en clase; llegaría a su casa donde podría dormir hasta el día siguiente para poner fin a su cansancio imponente.
Comenzaban a tentarnos las preocupaciones normales para cualquier padre de familia en una situación semejante; el cielo comenzaba a encapotarse y la muerte del sol era inminente. Como el ocaso de los héroes el astro rey se pierde de repente, con la constante sensación de haber perdido un entrañable amigo, la noche hacía gala y nosotros atrapados en la oscuridad mal sana, con personajes con saña rodeandonos en constante amenza, pero acompañados de otros que desean como todos llegar a sus casas. Comienza el calvario, comienza la verdadera trama.
Con sueño y cansada nuestra niña cumple sus amenzas, se queda dormida en mis brazos cuando aun no hemos caminado la cuarta parte del camino, su viaje esperado al mundo onírico obliga a sus padres a compartirse el peso de su amada niña, sin embargo, el cuerpo inerte dormido es pesado cuando a cada paso tus brazos y piernas cansados, se unen a la tentación de mirar a los lados, observar al suelo para no caer entre el acantarillado y descifrar entre sonidos, palabras y actitudes los pensamientos de tus vecinos para evitar cualquier percanse, cualquier peligro.
Comenzaban a tentarnos las preocupaciones normales para cualquier padre de familia en una situación semejante
Queria beber agua y todo estaba cerrado hasta que vimos en una esquina una famosa arepera que no sufría los embates de la oscuridad infinita; hombres y mujeres elegantes con carros espectaculares en un ambiente agradable, daba la sensación que este pequeño lugar no sucedía nada de lo que ocurría en la realidad, todos comían y bebían viendo la televisión, con luz pero viendo al exterior las recuas inagotables de gente con comentarios de resignación y algunos de desesperación, todos con el interes de llegar a la casa y encontrar comprensión de todo lo que pasaba.
Al llegar a Chacao un punto importante del este de la ciudad, mis brazos cansados no podían más, nos sentamos un rato a beber agua y pensar cuando observamos la gente caminando rapido hablando sin opinar, el miedo reinaba las calles de la ciudad, carros opulentos cruzaban de aqui allá, gritaban como probando el nombre del Presidente esperando si alguno respondía con su epíteto recurrente. El silencio se apoderaba ante esos gritos de sospechosos motivos. Altamira evocaba recuerdos, la ciudad se hacía más solitaria a medida que pasabas los desiertos de luz y de visibilidad en una ciudad que cuando se puede iluminar, aun continuan varias de sus partes en oscuridad.
La estación Miranda, es la que está ubicada en las afueras del anterior Parque del Este, sus pasaje vehicular no toma mas de cuarenta y cinco segundos, pero caminando toma un poco más de tiempo; en esos lados el miedo se apoderaba de todos los caminantes pero un par de ojos acechantes se enfocan en mirar las estrellas del paisaje. Mi esposa y yo con nuestra hija durmiente en los brazos de sus padres pacientes, pudieron ver una multitud de estrellas que nunca se pueden ver, la coloración de las nubes iluminadas por un poco de luna, el avila y misteriosas luces encendidas con bombillos blancos a mitad de su cumbre; el camino se hace más frio, observamos algunos postes caidos, caminamos casi dormidos, la bruma y la oscuridad hacen parecer en momentos, que caminamos sobre un sueño donde somos partes perdidas de un pensamiento. La oscuridad se hace permanente.
La tranqulidad del viaje se ve opacada cuando a las últimas cuadras de nuestro viaje, escuchamos vidrios rotos, gritos y amenazas, consejos amenzantes, golpes y súplicas agonizantes; dos sujetos peleaban por dinero, encontrados en el camino se atacaron de improvisto causando sus efusivas efusiones de sangre que dejaba en charcos como mares, rios del liquido bermejo con lágrimas de dolor y sudor de hombres molestos; la gente miraba sin ver, nadie comentó nada, nadie quiso interceder, nadie nada podía hacer.
Cuando perfilado estaba el contorno enorme de los edificios donde vivimos, recordamos entre felicitaciones y rconocimientos el camino atravesado, otro percance se oye amenzante, una mujer grita es un robo o algo más alarmante, explosiones y tiros se escuchan más lejos, mi esposa y yo nos dirigimos a buscar nuestro edificio, para recordar sin ningun regocijo que el ascensor esta apagado sin luz ni ritmo, debemos subir 22 pisos con nuestra hija cargada durmiendo con su abrigo. Piernas y brazos adoloridos, fatiga y un hambre como la vorágine de incendios asesinos; era nuestro destino pasar varios días en el resguardo y confinamiento colectivo.