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Theresa May la definió de forma certera en su discurso en la Cámara de los Comunes: “…cuando se cayó el queso de mi plato, lo recogí, lo puse en el plato y el plato en la mesa, ella me estaba observando atentamente”
Y así ha sido durante todo su reinado, la observadora atenta a lo que decían y hacían todos sus súbditos en todas las naciones de las que era Jefe de Estado, sin hacer el mínimo comentario, siempre a salvo de las cr´ticas y de los errores.
No se rebajaba a dar explicaciones o hacer declaraciones, para eso está James Bond, una acertada invención literaria para describir fielmente el comportamiento de los ingleses (hay excepciones entre los británicos).
Pero vayamos por partes, desde la creación de ese engendro llamado Reino Unido, de la mano de protestantes escoceses y anglicanos ingleses (valga la reincidencia), el Reino Unido de la Gran Bretaña se ha esforzado en ser la mejor emulación del Imperio Romano en su versión colonialista y saqueadora.
En esta escuela fue educada y dirigida Isabel II de la mano de su madre y de su Primer Ministro favorito Winston Churchill, al que elevó a los altares y del que aprendió a salir siempre en las portadas de los diarios, que es donde salen “los que mandan”, “los importantes”, “los famosos”.
El reino de la Gran Bretaña era el reino más importante y poderoso del mundo, contaba con la complicidad de su hijo bastardo, los EE.UU., creado por los protestantes escoceses como Nueva Inglaterra y transformado por la masonería (también de obediencia escocesa) en república.
Y de esa alianza han surgido el mayor número de injerencias en los asuntos internos de otros países y la mayoría de las guerras de saqueo conocidas en el siglo XX cuyo último episodio es la destrucción y saqueo de Siria.
El despotismo ilustrado del colonialismo británico acompañado del republicanismo imperialista norteamericano, desembocó en la famosa Alianza Atlántica, creada para someter a la vieja Europa y ponerla al servicio de sus intereses.
Antes de su nacimiento, Badem Powell crea los famosos Boy Scouts, inspirados en el uso que él mismo dio a los niños en la guerra de Mafeking, haciendo alarde de la supremacía británica frente a los Bóers holandeses.
La Reina Isabel II ha sido el modelo de referencia para todas las monarquías del planeta
Rudyard Kliping (1865-1936) ya había formado parte de su vida con el Libro de la selva, en el que un niño blanco (Mowgli) habla con los animales haciéndolos más humanos, al que años más tarde, Hollywood convertiría en Tarzán, otro blanco que impone su ley en la selva, siguiendo la tradición de la supremacía blanca.
La monarquía británica respiró con alivio con la caída del Imperio ruso en la Primera Guerra Mundial y el fin del Imperio Austrohúngaro que darían paso al auge del fascismo, ese que celebraría la madre de Isabel II (1933) brazo en alto (Isabel era una niña) en el castillo Balmoral, el mismo en el que falleció, curiosidades de la vida.
La monarquía británica (blanca y esclavista) siempre ha gobernado a las naciones negras, amarillas y rojas convirtiendo a Gran Bretaña en el país más racista de Europa a pesar de las apariencias, ese que expolió el patrimonio cultural de medio mundo almacenándolo en los museos británicos, ese que explotó y sigue explotando los recursos naturales de las naciones gobernadas por títeres a su servicio.
No recordamos ninguna crítica de la monarquía británica al Apartheid de Sudáfrica (hasta 1992) o a la discriminación racial de los EE.UU. (hasta 1965) por poner dos ejemplos sangrantes y de sobra conocidos.
La monarquía británica es el referente por excelencia de la clase dominante elegida por Dios que se sucede a sí misma sin mediación posible para el resto de los humanos.
La monarquía británica es el ojo que nos observa, nos vigila atentamente y con su sola mirada nos perdona o nos fulmina de la mano de James Bond.
Fue a morir en Escocia esa misma que reclama un referéndum de autodeterminación como nación soberana hoy unida al Reino Unido de la Gran Bretaña, paradojas de la vida.
Pero que nadie se llame a engaño, los escoceses quieren seguir formando parte del boato y el decimonónico ritual de los ceremoniales a los que nos tiene acostumbrados la monarquía británica, esa que los observa atentamente.
Mientras tanto en Irlanda, los automovilistas salieron a las calles haciendo sonar las bocinas de sus automóviles en señal de alegría por la muerte de la Reina que nunca tuvo un gesto ante las atrocidades de los invasores ingleses.
No hay que olvidar que el Reino Unido sigue ocupando Irlanda del norte en contra de la voluntad de los irlandeses desde Enrique VIII, pero Isabel II, nunca dijo nada, solo observaba.
Nunca entenderemos el masoquismo de los pueblos que mantienen y sostienen a una clase parasitaria que representa el poder de la tiranía, esa autoridad impuesta en forma de monarquía.
@ordosgonzalo
gonzalo alvarez-lago garcia-teixeiro