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Colombia debe definir su propia política publica, con referentes propios y no externos
La geopolítica demográfica
Por Ángel Alirio Moreno
En la década de los 70 escuchábamos sobre las proyecciones de la capacidad de soporte poblacional de la tierra. Se decía que el planeta soportaría un umbral de 4.000 millones de habitantes, a partir del cual el caos universal seria inminente. Hoy, la población mundial supera los 7.000 millones de habitantes. En el año 1 de la era cristiana se estima que había 200 millones de habitantes; dos mil años después, la población mundial ha crecido a un ritmo de más de 3 millones de habitantes año.
Thomas Malthus, autor de la teoría demográfica que preveía un aumento exponencial en la población a la par de una progresión aritmética en la producción de alimentos que conllevaría a una catástrofe y a la extinción de la especie humana, planteó la necesidad de controlar el nacimiento de seres humanos para reducir la población mundial, a fin de que la vida en la tierra fuera sostenible, evitando la pobreza y el hambre. Para ello propuso la implementación de políticas de contracepción voluntaria como la abstinencia del matrimonio, el retraso del mismo hasta acumular recursos y la castidad e “involuntarias” como las epidemias, las guerras, el hambre y la peste.
Al observar las escenas de polarización en torno al tema del matrimonio igualitario, pude reflexionar sobre lo fácil que resulta conducir a las masas cuando de intereses personalísimos se trata, y de lo imposible que parece hacer o intentar realizar un debate enriquecido de argumentos, para que como sociedad colombiana definamos desde el Congreso de la Republica nuestras propias políticas públicas y no desde referentes externos, desde donde nos las imponen. Nos dividimos y definimos en el capitolio, entre la línea liberal agnóstica y la conservadora católico-cristiana, y eso resulta interesante, para que a partir de los dos extremos comencemos a construir el nuevo modelo de sociedad que reclama Colombia.
Hoy, la población mundial supera los 7.000 millones de habitantes
No es tarde para salvar al planeta de los efectos de la sobrepoblación y del consumo de recursos. Por ejemplo, estudiosos del tema como Michael T. Klare consideran que estamos a tiempo de evitar un desastre ecológico y la muerte temprana de millones de personas en un planeta sediento, con unos recursos menguantes. Ante esta realidad, las élites globales se han impuesto objetivos bajo la consideración de que si todos los seres humanos tienen el mismo nivel de calidad de vida, los recursos no alcanzarían y pronto aparecería la catástrofe; esos modelos pasan por la reducción del tamaño de las familias, el debate sobre los derechos sexuales y reproductivos de la mujer y su libre elección de tener o no hijos, hasta la guerra con el uso indiscriminado de todas las armas anticonceptivas, incluyendo el aborto, con el argumento justificativo de que toda guerra comporta sacrificios y daños colaterales.
Sin embargo, esta discusión polarizada entre la libertad y la moral merece una posición reflexiva que nos permita reconstruir una sociedad con valores como el amor, la solidaridad, la gratuidad y el respeto a la dignidad de la persona, para no avanzar hacia el individualismo sin responsabilidad, que sólo busca su comodidad. Los intereses del planeta se movilizan por el lucro y el poder, y su principal adversario es el crecimiento poblacional, al que se oponen con el disfraz de paternidad responsable, salud reproductiva, planificación familiar, acciones de género, desarrollo sustentable y feminismo, pero que implementados de otra manera, otorgando medios a las mujeres para que accedan a educación e información, empleo e ingreso, salarios justos, servicios de salud, recreación, justicia, democracia, alimentación, agua, calidad de vida y anticonceptivos seguros, ellas puedan tomar la decisión correcta. Es ahí, en donde debe fundamentarse el verdadero progresismo global.
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