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Pequeño relato criminal de un amor imposible.
Primera parte: El problema.
ELLA .
Era toda una belleza. Se casó siendo muy joven, pero solo lo hizo por dinero. Con un millonario que por edad podría haber sido su padre, pues ella tan solo tenía veinticinco años y el cincuenta.
ÉL.
Tenía la misma edad que ella. Se conocían desde niños. Paseaban de la mano cuando eran adolescentes y se besaban a escondidas.
Ella fue su primera novia y su primer (y único amor), pero era demasiado pobre para aspirar a conquistar el corazón de alguien tan materialista.
ELLA .
Vivió a lo grande, mientras los años iban pasando, entre fiestas, amantes, drogas, viajes, joyas, pieles y todo tipo de lujos. En fin, la vida desahogada y caprichosa de los que tienen mucho dinero y de lo único que han de preocuparse, es de encontrar la forma de gastarlo lo más rápido que se pueda y en el menor tiempo posible.
ÉL.
El tiempo pasaba pero él, seguía amándola en silencio, lo malo es que continuaba siendo tan pobre como siempre, y sin billetes no hay amor, excepto cuando tienes mucho dinero y puedes comprarlo, y que nadie se extrañe, hay amores que se venden y clientes que están dispuestos a pagar lo que sea por ello, no hace falta dar nombres, todos sabemos quiénes son...
ELLA.
Cumplió los cincuenta (¡el tiempo pasa volando!) pero seguía siendo una mujer hermosa, y tan egoísta (una entusiasta adoradora del "Dios Oro") como siempre.
Su amor por la riqueza, permanecía intacto, pero el que sobraba en su vida, era el marido. Aquel decrépito anciano, había envejecido fatal (tanto dinero, muchas veces hace daño a la salud), parecía tener noventa años, aunque solo tenía setenta y cinco.
ÉL.
Estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella, y a pesar de que sabía de sobra, que había cambiado su amor (el que él, le daba ella sin pedirle nada a cambio, es decir de forma incondicional, ¡qué romántico!), por dinero, pensaba que aún podían llegar a estar juntos (¡pobre iluso!)
Segunda parte: La solución.
¡Siempre hay un tonto a mano para solucionar un problema!
ELLA.
Necesitaba deshacerse de aquel vejestorio convertido en una reliquia humana, en un trasto inútil, eso es lo que era para ella su marido (a pesar de todo el dinero que el hombre puso a su disposición, los caprichos que le permitió y los regalos que le hizo, sin duda alguna, una forma muy especial de demostrarle su agradecimiento), que a pesar de su evidente y rápida decadencia (si hubiese sido un edificio antiguo, lo habrían declarado en ruinas), todavía tenía ganas y fuerzas (las justitas ), para practicar el coito, a lo que ella se negaba desde hacía ya mucho tiempo, porque el viejo (que amenazaba con dejarla en la puta miseria , a pesar de que en el testamento, el anciano le cedía a ella toda su fortuna, pero nada tendría de extraño, que de no atender a sus insistentes demandas de fornicación, desheredaría de inmediato a su esposa, si ella no accedía a cumplir con sus deberes conyugales, así que tendría que atenerse a las consecuencias, ya que la esposa de sobra sabía que las amenazas eran ciertas, pues conocía muy bien a su marido, para saber que no bromeaba), le daba un profundo asco, tanto, que tenía claro que no iba a follar con él, ni aunque fuera con un coño prestado.
¡Que se vaya de putas, el viejo baboso!, pensaba ella, pero sin atreverse a decirle nada al anciano, aunque tenía claro que el problema había que solucionarlo y de inmediato, y como era además de codiciosa, fría y calculadora (lo que viene siendo una hija de la gran puta ) recurrió a su amor de juventud, que era todo lo contrario, es decir, generoso y buena persona, además de un ingenuo como la copa de un pino.
No le costó mucho convencerlo, y para eliminar las dudas del pobre pardillo , lo metió en su cama, y la indecisión del eterno enamorado, desapareció como por arte de magia (ya se sabe de siempre, ¡qué dos tetas, tiran más que dos carretas!, y ella tenía un enorme par de glándulas mamarias, que eran capaz de disipar cualquier tipo de vacilación).
ÉL.
Una noche, el ingenuo entró en la lujosa mansión en la que habitaba el matrimonio. Ella le había facilitado las llaves, y como lo tenía todo muy bien calculado, salió a cenar con unas amigas, y también les dio el día libre a todo los componentes del numeroso personal de servicio (como eran multimillonarios, tenían chófer, jardinero, mayordomo, cocinero, doncellas..., si no fuera porque la mansión era enorme, aquella residencia se habría parecido en cuanto a cantidad de gente, al camarote de los Hermanos Marx ), que trabajaba en la casa (nadie se extrañó por ello, o por lo menos, nadie hizo preguntas, y menos, cuando además del regalo inesperado de un merecido descanso, te meten dinero calentito en el bolsillo para que disfrutes de un día de asueto, ¡qué generosa es la señora!, decían todos los empleados con una amplia sonrisa dibujada en su cara).
El plan era simular un robo, y el objetivo matar al viejo (ella no quería mancharse las manos y encontró al tonto adecuado), y él, siguiendo las indicaciones de ella, entró en la habitación donde el viejo dormía y lo asfixió poniéndole encima de la cara un cojín, algo que dada la poca energía (la que le quedaba la reservaba para intentar penetrar a su mujer, otro ¡pobre iluso!) del anciano para defenderse, le resultó muy fácil, en fin, un trabajo limpio, rápido y silencioso. En cualquier otra actividad fuera del gremio del crimen y sin dudarlo, al asesino, le habrían entregado como mínimo, un diploma de reconocimiento por su eficaz trabajo.
Lo previsto por ella era declarar que el viejo había fallecido de muerte natural. Nada extraño, dado el estado lastimoso del finado. ¿A quién la iba a sorprender que Don Nicolás (así se llamaba el anciano), estirase la pata ?, es más, muchos se preguntaban cómo era posible que hubiera durado tanto, después de la vida de desenfreno (el hombre era tan sumamente rico, que tenía el dinero por castigo, y ya se sabe que cuando e l billete crece, el vicio aparece ), que el acaudalado Nico (para los amigos), había llevado.
No había pues, motivos de preocupación. Nadie sospecharía nada y el viejo se iría al otro mundo de una puñetera vez, y sin armar ruido.
Pero no siempre los planes salen como uno se los imagina, y si no que se le pregunten a Hitler, que quería hacerse dueño del mundo y acabó pegándose un tiro en la cabeza en su búnker, o muchos presidentes de los EE.UU que quisieron matar a Fidel Castro (con todo tipo de atentados, algunos de risa, que acabaron en nada), y sin embargo todos murieron antes que él, y en fin tantos y tantos planes que no salieron como estaba previsto, sin ir más lejos, el de muchos ricos (empresarios, banqueros, constructores y otra fauna variopinta de características afines), que se quisieron hacer todavía más ricos, y acabaron arruinados, o en la cárcel, o incluso trágicamente como el Fhürer, pero bueno esa es otra historia que nada tiene que ver con la nuestra.
Tercera parte: El desenlace.
ELLA.
Le faltó tiempo para llamar a la policía y contarles que habían asesinado a su marido, y que sabía quién lo había hecho.
¡Menuda zorra!
ÉL.
Cuando alguien llamó a su puerta, jamás se imaginó quién había al otro lado. Pensó que era ella, que por fin libre de su atadura conyugal, corría veloz a reunirse con él y aterrizando en sus brazos.
¡Hay que ser tonto del culo !
¡Vaya sorpresa que se llevó el muy gilipollas!, cuando un individuo (de paisano y acompañado con dos agentes de uniforme, formando una pareja que parecían "El Gordo y El Flaco") alto, fuerte y con cara de tener pocos amigos, le puso delante de los morros su placa de identificación, y con voz alta y ronca le dijo:
¡Policía, está usted detenido acusado de asesinato!
Y añadió para potenciar más todavía la cara de susto que se le había quedado al detenido:
¡Se te ha caído el pelo amigo!
Y a continuación, mientras lo esposaba, le soltó el consabido rollo que ya nos sabemos de memoria por las películas, y que dice más o menos:
¡Tiene derecho a guardar silencio, a un abogado, y si no puede pagarlo se le facilitará uno de oficio, y a realizar una llamada de teléfono a su familia o a la persona que usted elija y bla, bla, bla...!
En ese momento el tontín (porque la verdad es que no tiene otro nombre) se dio cuenta de que ella lo había engañado, pero no dijo nada. Se quedó completamente mudo. El dolor por la traición y el desengaño, eran muy superiores al de la acusación y el arresto.
Tan solo una palabra se repetía encerrada en su pensamiento, retumbando sin cesar y golpeando su cerebro como si fuese una pequeña bola de acero.
¡Idiota, idiota, idiota, soy un completo idiota...!
¡A buenas horas te das cuenta colega!
(Esto último, al parecer, se lo dijo una voz interior, no sabemos si era su otro yo o su conciencia, suponiendo claro está, que uno y otra, no sean la misma cosa, aunque eso probablemente dependa de cada individuo, incluso puede darse el caso, de que algunos tengan en vez de lo anterior, una insoportable jaula de grillos, sin parar de hacer cric, cric, cric..., algo sin duda, verdaderamente insoportable).
Moraleja:
"Si eres tan pobre, que en los bolsillos únicamente tienes telarañas, y la mujer de la que te has enamorado, tiene adoración por el dinero, tienes que ser realista, esa mujer no es para ti, ni ahora ni nunca, salvo que te toque la lotería, que es la única forma de hacerse millonario (dentro de la ley, quiero decir), y si tienes esa suerte, procura alejarte lo más rápido que puedas de ella, porque hará todo lo posible por desplumarte. Luego no digas, que no estás avisado"
¿Y qué fue de ella?
Pues como no podía ser de otra forma, ya que hay cosas que se llevan en la sangre, volvió a pescar en un río revuelto de millones, y se casó con otro anciano millonario, pero esta vez el "tiro le salió por la culata", ya que el viejo, que estaba en mucho mejor forma que el anterior, se enteró que le estaba poniendo los cuernos, y una noche mientras ella dormía, la asfixió, quizá con un cojín parecido al que utilizó el pardillo (¡quién a hierro mata, a hierro muere!), y como el anciano, de tonto no tenía ni un pelo, se las arregló (con dinero todo se puede), para que el médico (casualmente, íntimo amigo suyo), certificara que ella, había muerto de un ataque al corazón.
¡A la pobre, le falló el corazón, qué lástima, era todavía demasiado joven para morir, pero estaba muy delicada de salud!, era lo que respondía el desconsolado marido a todo aquel que se le acercaba a darle en el pésame, el triste día del entierro de su difunta y muy querida esposa...