¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Benditas Palabras escriba una noticia?
Una mujer que, por amor, compartió los sufrimientos de Cristo en la cruz, y fue instrumento suyo para seguir salvando almas y para mostrar que su poder no tiene límites y nos alcanza en el pasado, en el presente y en el futuro
La palabra “estigma” está asociada al cristianismo, ya que siempre se ha entendido como la presencia de marcas en el cuerpo, similares a las que tuvo Jesús en su crucifixión. Muchas personas creyentes opinan que esto tiene un origen sobrenatural entendido como un don de Dios para aquellas personas místicas y que por su amor a Cristo no transgreden las leyes divinas. Otros, por el contrario, dicen que es producto del demonio y de mentes enfermas que mediante la autosugestión, logran que su cuerpo desarrolle, de manera espontánea, heridas similares a las de Jesús. Claro está que cuando la Iglesia Católica considera genuino un “estigma” lo cataloga como un don divino, donde la persona afectada comparte los sufrimientos de Cristo, como una forma de contribuir con la salvación de muchas almas.
Este tema es muy delicado y complejo y no es el asunto a tratar en este momento, más bien deseo compartirles la historia de una mujer única y especial que estuvo la mayor parte de su vida postrada en una cama, a causa de su “amor inmenso por su Creador”. Suena contradictorio, y para algunos absurdo y ridículo, afirmar que alguien estuvo postrado en una cama por amor. Quizás yo también lo hubiese pensado, en otros tiempos, de esa manera, pero ahora sí creo que todo esto puede suceder por amor. Y es que cada quien elige como amar. Pero me refiero al verdadero amor, a ese que produce no sólo dicha sino dolor, porque una vida consagrada al amor exige sacrificios: “Toda existencia es un calvario, dijo Marta Robin, y toda alma es un Getsemaní en donde cada uno debe beber en silencio el cáliz se su propia vida”. [1] Algo así les sucede a las personas que consagran su vida al “Amor”. En cambio, hay quienes confunden amar con pasión o con otro tipo de sentimientos que nada tiene que ver con el verdadero amor, ese del que nos habló Jesús cuando estuvo de paso por este mundo.
La “maravillosa historia sobre la estigmatizada servidora de Dios”, se puede leer en el libro “MARTA ROBIN, LA CRUZ Y LA ALEGRÍA”, escrita por Raymon Peyret. Es una biografía sencilla, sin pretensiones literarias, como lo dice el autor, y más bien busca dar a conocer a esta “santa mujer”, que entregó su vida sin reservas para ofrecerla a Cristo por amor a la humanidad. Y es que cuando uno lee esta biografía se da cuenta que amar de verdad, implica olvidarnos de nosotros mismos para arriesgarnos a reír o a llorar, porque como lo dice el autor “Amar es volverse vulnerable, exponerse a sufrir. Por esto es que Cristo nacido pobremente, en una gruta, termina detenido, burlado, agraviado, herido de muerte sobre la cruz, rechazado por los hombres. Cristo no buscó la cruz por amor a la cruz. Buscó amar. Y el amor en una humanidad pecadora, pasa por la cruz”. [2] Es por esto que “Cuanto más se ame y más se quiera hacer la voluntad de Dios, más riesgo hay de sufrir”. [3]
Pero en este libro no se narra solamente el sufrimiento de un ser, se nos regala la dicha de poder leer textos bellísimos escritos por la Marta Robin cuando estaba en su lecho de enferma, mismo que no le impedía alabar a Dios por medio oraciones inspiradas no sólo por su magno amor sino por la presencia del Espíritu Santo. Por eso quiero transcribir una "Oración a la Santísima Trinidad" [4] que vale la pena conocer, porque difícilmente la podríamos leer si no tenemos acceso a este texto. Y es que son palabras que sólo pueden ser inspiradas por el mismo Dios:
“Oh Trinidad Santa y Eterna, Te adoro y Te alabo en Ti misma y en tus obras, en la unidad de tu Esencia y en la igualdad de tus Personas, en la profundidad de tu Ciencia, en la inmensidad de Tu sabiduría, en la amplitud de tu Providencia, en la belleza de tus Misterios, en las obras de tus Obras que hacen a Dios hombre y a una Virgen: Madre de Dios.
“Adoro, Oh Dios, Padre Todopoderoso, el Amor infinito que Te inclinó a dar a tu Hijo, el muy Amado de tus Eternas complacencias, Tú Único en el mundo, maltratado por el pecado original y por los múltiples pecados actuales. Adoro a esta misma Divina Caridad que se manifiesta en la elección de los medios empleados en la Encarnación.
“No quieres valerte de todo tu poder, sino que recurres a Tu Divina Sabiduría, a Tu Bondad, a Tu misericordia, a Tu amor. ¿Podrías acercarte más a nosotros por otros caminos? ¿Quién pudiera vislumbrar también cuán querida y preciosa te es la Santísima Virgen?
“La creaste y la enriqueciste con los más Grandes dones de la Gracia para ser digna Madre de su Amadísimo Hijo. En el orden de la naturaleza de la Naturaleza, de la Gracia y de la Gloria, Ella es la obra maestra salida de Tus Manos Divinas. En el orden de la existencia de las cosas creadas, nunca hiciste ni harás nada más grande, más noble y más perfecto que la Virgen Bendita.
“Tu encarnación, ¡Oh Verbo Eterno y Divino! es el eje central del mundo, preparada desde toda la Eternidad y sus consecuencias se extienden hasta el final de los tiempos y envuelven toda la eternidad.
“Te adoro aceptando y recibiendo de Tu Padre, la suprema misión de rescatarnos, de salvarnos, de librarnos de la esclavitud del pecado, de rehabilitarnos, de volvernos a la Vida de la Gracia perdida por este mismo pecado y disponernos e incorporarnos a la Vida Eterna de la Gloria.
“Te adoro, ¡Oh Jesús, dispuesto a prescindir de los esplendores de Tu Gloria para volverte como uno de nosotros!... ¿Pero qué diría yo, oh Verbo Divino, de tu relación con María en el momento de la Anunciación?...
Toda existencia es un calvario, dijo Marta Robin, y toda alma es un Getsemaní en donde cada uno debe beber en silencio el cáliz se su propia vida
“Quieres ser el Hijo de esta Virgen sin mancha, como eres el Hijo Único de Dios, para darnos cerca a ti una Madre. ¡Tienes a Dios como Padre y quieres tener a María como Madre para dárnosla a todos!
“Por Todo tu Poder y tu Infinita Bondad, la haces digna Madre de Dios, para que sea realmente Madre de todos los hombres. Humildemente le obedeces en esta vida terrestre y coronando tu Obra, le concedes ya en los cielos, la Gloria que le corresponde a su sagrada dignidad.
“¡Te adoro, Espíritu de Poder, de Luz y de Amor! que hiciste en María la Obra Augusta de la Encarnación. Convenía que esta obra de Amor fuera atribuida al Amor, vínculo vivo del Padre y del Hijo. Con cuánta perfección, oh Santificador Divino, enriqueciste el Alma Inmaculada de la Augusta Madre de Dios, adornándola con todas las virtudes, todas las gracias, todos los dones.
“¡Te adoro Espíritu de Amor, que formaste milagrosamente en María el Cuerpo de nuestro Divino Salvador! Ante este Gran Misterio yo me inclino; ante esta Maravilla mi corazón se enmudece de admiración. “Y concibió del Espíritu Santo” y todo mi ser vibra de agradecimiento”.
Cuando uno termina de leer la oración no puede sino maravillarse, no puede sino suspirar y pensar que alguien que escribe de esta manera sólo puede estar impregnada del amor de Dios. Pero hay algo más interesante y admirable, y es que Marta Robin nos recuerda a los grandes e intelectuales místicos o santos como Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, entre otros, que nos han maravillado no sólo con su vida sin con sus conocimientos y sus escritos. Pero Marta Robin no era una intelectual ni mucho menos, era una mujer sencilla, o como lo dice el autor, una “campesina inculta” [5] que no pudo estudiar precisamente porque toda la vida se la pasó enferma, pero esto no le impidió hacer cosas maravillosas.
Marta Robin fue una mujer orante, y la oración fue la esencia de su vida. Y es que estar enferma le permitió hacer cosas que quizás no hubiera hecho si fuese una mujer normal, por eso aquí cabe la conocida frase “no hay mal que por bien no venga”, o para ser más precisos la cita bíblica “Y sabemos que para los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8, 28). Así que además de escribir bellas oraciones y poemas, también fundó un colegio parroquial, un “Foyer de Charité” (podría traducirse literalmente por casa de oración), e hizo muchas cosas más que no quiero contar sino más bien invitarlos a descubrir en su biografía, pues se saca más provecho de leerla, que de escuchar lo que otros piensan de ella.
Quiero dejarlos con una de sus tantas frases, porque me parece que allí se encierra la misión que Marta vino a cumplir en este mundo:
“En el corazón de Jesús ahogo la iniquidad, el odio y la impiedad”.
Sólo alguien que pensara algo tan profundo, y además lo vivenciara, podría habitar en el Corazón de Jesús, porque sólo allí se puede subsistir sin probar alimento alguno por más de cincuenta años, como lo hizo Marta Robin. Este es un caso excepcional, inimaginable, inimitable; esta gracia tan sólo le es concedida a quien Dios lo disponga, y el fin que persigue no es engrandecer a nadie, más bien es un instrumento suyo para seguir salvando almas y para mostrar que su poder no tiene límites y nos alcanza en el pasado, en el presente y en el futuro. AMEN.
Bibliografía:
Marta Robin- “La cruz y la alegría (Raymond Peyret) Maravillosa historia sobre la estigmatizada servidora de Dios”. Valence. 1981. Edición autorizada a: Fundación Jesús de la Misericordia, Quito-Ecuador.
[1] Ver Peyret, Marta Robin, la cruz y la alegría. Cap.VIII, p.87
[2] Ibídem p.85.
[3] Ibídem p.85
[4] Ver Peyret, Marta Robin., la cruz y la alegría. Cap. IX, p.88
[5] Ibídem, p.91