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Érase una vez un joven macizo, pero de buen corazón en el fondo, que se llamaba Heracles, aunque hoy en las redes sociales se le conocería más bien por el nombre de Hércules. Valiente, orgulloso, introvertido, también un tanto inocente, que para compensar su furor sexual, según los rumores, creó los juegos olímpicos. Pero sobre todo se le conoce por sus doce trabajos, matar al León de Nemea, y a media fauna mitológica, para despojarle de su piel, limpiar los establos de Augías en 24 horas, robar las Yeguas de Diomedes y el ganado de Gerión (sin olvidar el cinturón de Hipólita) o hasta sacar de los infiernos a Cerbero.
Fantásticas historias que tienen más de tres mil años y que crearon todo nuestra cultura occidental. Hoy en día, el sueño se ha acabado y la realidad es aún más dura que la más despiadada hidra helénica. Brett Ratner se lanzó a su malogrado Hércules con Dwayne "The Rock" Johnson en el musculoso brazo de su protagonista y hasta Disney contó su propia versión en hace veinte años. Sin la menor duda, Park, la ópera prima de la guionista y directora, Sofia Exarchou, es la más radical y mejor reactualización de este mito. Brillante, y muy merecido, Premio Nuevos Directores del Festival de San Sebastián 2016.
Me gusta pensar que Sofia Exarchou nos propone un juego. Dejémonos de dulces historias para dormir en el mítico sueño de ser la cuna de la civilización occidental y presentemos la realidad de pesadilla de una Grecia actual, rodeada de lobos burócratas, a los que Hércules hoy desollaría con gusto, y deudas millonarias a base de interminables, reiteradas y agotadoras sesiones de lo que parece "las doce negociaciones" de un Hércules con la calculadora en llamas.
La Villa Olímpica de Atenas de 2004 es, hoy, un terreno baldío en que el protagonista, llamémosle Hércules, inventa ridículos nuevos juegos para pasar un interminable tiempo que sobra y en el que no hay nada que hacer. Ya no hay yeguas que robar, lo máximo perros de presa, abandonados en las carreteras, y a los que si se tiene la suerte de cruzar, se puede conseguir algo de dinero de este poco mitológico apareamiento de razas bastardas.
Los míticos enemigos de la época clásica se han convertidos en turistas de poca monta, ávidos de bebida barata, sol gratuito y, con un poco de suerte, sexo no demasiado tarifado. Y los trabajos de Hércules en el 2016 se reducen a pulir el mármol, referente de la grandeza de una época ya olvidada, del que sólo se conserva el polvo que se pega a la piel y se incrusta en los pulmones.
Del amor de nuestro protagonista mejor no hablar. Ya no son las cortesanas más deseadas de la república ni las altivas nobles de los palacios de columnas de tres órdenes, es una antigua, quizás ya demasiado lesionada, atleta a la que ya le cuesta, con sólo 17 años, dobla la rodilla correctamente.
Park es dura porque es real. Park es imaginativa para que el pensamiento nos permita evadirnos. Park es un golpe a la retina porque, en lo más profundo de nuestro cerebro masajeado en continuo por las falsas buenas intenciones, cuesta reconocer, también al final de la película, que uno de los amigos del protagonista se parece demasiado a Charles Chaplin en la última secuencia de Tiempos Modernos. Park es cine de hoy y hay vida más allá del cine de Yorgos Lanthimos en Grecia. Hércules (atención malvado spoiler), como los Reyes Magos, no existen.Bienvenido a la realidad.