Desde el punto de vista histórico, Jesús ha sido el hombre que más huellas ha dejado en la vida del ser humano; pero no son cualquier tipo de huellas, sino más bien son como unas marcas indelebles que jamás pudieron ser borradas por el paso del tiempo. Mientras Jesús estuvo en la tierra tuvo algunos amigos, o discípulos, como queramos llamarlos, pero también tuvo muchos enemigos (sin causa alguna, sólo aparente) que propiciaron su muerte. Claro está que esta muerte ya estaba escrita en el libro de la vida, pues Jesús estaba predestinado por su Padre para que fuera nuestro “Salvador”, y por eso su captura no fue obra del poderío humano de la época, sino una consecuencia más de la misión que el vino a cumplir en este mundo. En otras palabras, sin la voluntad de Dios, Jesús jamás hubiera sido crucificado por los hombres. Después de su padecimiento en la cruz y posterior muerte, Jesús resucitó de entre los muertos para gloria suya, de su Padre Celestial, de todos los que entonces creían en Él, y de los que aún seguimos creyendo. Y esa resurrección también fue producto del plan de salvación que Dios tenía para nosotros, pues con su infinita misericordia, quiso que su único hijo nos redimiera de nuestros pecados a través de su pasión y muerte. Por eso la resurrección de Jesús fue la mejor manera de entender el poderío Divino y la certeza de que Dios siempre nos ha amado a pesar de nuestros pecados.

Sin embargo, aún me sigo preguntando cómo es posible que un hombre con las características y los valores de Jesús, haya sido violentado de la manera más cruel y sanguinaria. Y hoy es posible responder a esa pregunta con más certeza y menos duda: San Pedro dice en uno de sus discursos de Pentecostés: Jesús “fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” (Hch 2, 23), o sea que su padecimiento era algo irreversible, en el sentido de la redención, pero lo que no creo que estaba escrito era la forma como debía ser humillado y maltratado física y verbalmente, pues eso quedó al libre albedrío de quienes lo juzgaron. Lo que quiero decir, es que estoy segura que Dios no determinó qué tipo de padecimientos Jesús debía sufrir, sino que el hombre con su sevicia se encargó de enseñarle a la humanidad que la crueldad sin límites existe, y más con el agravante de que Jesús no era un delincuente, pues ellos muy claro lo tenían, ya que su único pecado y por el que lo condenaron y crucificaron, fue por haberse hecho llamar “hijo de Dios” o el “Mesías”, redentor del mundo.

Dios no determinó qué tipo de padecimientos Jesús debía sufrir, sino que el hombre con su sevicia se encargó de enseñarle a la humanidad que la crueldad sin límites existe

Para concluir, es evidente que, según el designio divino, Jesús nació para el perdón de nuestros pecados, padeció porque era su voluntad aceptar la misión para la que se había hecho hombre, pero el horror de su pasión y muerte, no fue “obra y gracia” de la voluntad de Dios, sino de la cobardía del hombre, de la maldad producto de la ignorancia, pero sobre todo, de la falta de fe y amor del ser humano. Y hoy, para dicha de toda la humanidad creyente, aceptamos firmemente que Jesús despertó de su muerte y resucitó para corroborar la grandeza de su vida y de toda su obra durante su paso por la tierra.