¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Diasporaweb escriba una noticia?
Desde abril de 1948, en que fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, un líder social que luchó por la reivindicación del pueblo, la historia de Colombia se dividió en dos partes. Una, la guerrilla. Y así ha estado desde entonces
Si quisieramos empezar el reportaje sobre la paz en Colombia desde el principio tendriamos que retroceder al 9 de abril de 1948, en que fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, un líder social que luchó por la reivindicación del pueblo y cuya muerte ocasionó fuertes enfrentamientos entre partidos, hecho conocido como el Bogotazo un hecho conocido como la partición en dos de la historia de Colombia. El comienzo de las guerrillas liberales y conservadoras, y así hasta hoy.
A lo largo de esas cinco décadas el conflicto armado colombiano ha terminado tocando – de una forma u otra – la vida de todos los habitantes de este país. Y durante ese tiempo las historias de horror y dolor de los más afectados por su violencia han ido sumando cifras verdaderamente escalofriantes: 5, 7 millones de víctimas, la mayoria civiles, de desplazamiento forzado, 220.000 muertos, más de 25.000 desaparecidos y casi 30.000 secuestrados.
El 10 de agosto del 2010, seis décadas después, sin que Colombia lo supiera, quedaron echadas las primeras cartas del proceso de paz que 6 años y 15 días después habría de terminar más de medio siglo de enfrentamiento armado con la guerrilla de Timoleón Jiménez, Timochenko.
El presidente colombiano Juan Manuel Santos nunca creyó que su decisión de buscar la paz con las Farc con el apoyo de Chávez lo distanciaría de su antecesor Álvaro Uribe, al cual Chavez le caia muy mal.
–El distanciamiento de Uribe –dice el Presidente– fue por cosas mucho más mezquinas, porque nombré en el gobierno gente que a él no le gustaba.
Es más, Santos pensó que la búsqueda de la negociación con las Farc no reñía con la continuación de la guerra al grupo armado, que tantos éxitos y promoción le había dado al expresidente Álvaro Uribe, y que él decidió mantener a la par que exploraba la paz con esa guerrilla. Pero Uribe no consiguió nada.
Por la crítica del presidente uruguayo Mujica tildando a Colombia de falta de voluntad por no explorar un diálogo. Pero lo que ocurrió es que solo 20 días después el empresario Henry Acosta acordó enviar un mensaje al grupo guerrillero para explorar un posible diálogo de paz, pero el gobierno seguía sus operaciones contra las FARC, y en uno de ellas murió el ‘Mono Jojoy’, el hombre de las Farc con mayor poder militar.
–Desde un principio –cuenta el Presidente– les dije a las Farc la famosa frase de Isaac Rabin (ex primer ministro israelí): ‘vamos a negociar la paz como si no hubiese terrorismo y vamos a combatir el terrorismo como si no hubiese negociación de paz’. Esas eran las reglas, y me dijeron: ‘listo’.
Los primeros encuentros directos con las Farc ocurrieron finalmente desde marzo del 2011.
Los acercamientos parecían ir por buen camino, pero el 4 de noviembre de ese año el presidente Santos fue informado de que el Ejército tenía cercado en el Cauca al entonces máximo jefe de las Farc, Alfonso Cano. Tras evaluar por un largo rato los pros y los contras, el mandatario dio la orden de continuar la operación en la que el jefe guerrillero habría de morir.
Cuando me contaron que lo tenían cercado pensé: ¿qué significa esto para el diálogo? –recuerda el Presidente–. Si decía que no hicieran la operación, habría dado una señal terrible a las Farc y dentro de nuestras fuerzas. Yo había sido muy claro desde el principio y había dicho: estamos en guerra hasta que firmemos la paz. Dije: ‘hagan la operación’, y sucedió lo que sucedió. Lo habrían podido capturar si él no hubiera creído que podía escaparse otra vez.
La muerte de Alfonso Cano estremeció en lo más profundo a las Farc y motivó un gran debate sobre la conveniencia de enterrar o mantener los diálogos exploratorios con Santos.
En lo personal, a Timochenko, quien asumió la jefatura de esa guerrilla tras el ataque contra Alfonso Cano, le costó mucho decidir si mantenía los acercamientos con el Presidente.
Además: Farc reiteran que no hay ninguna posibilidad de renegociar el acuerdo.
–¡Es que yo iba a ser el delegado de Alfonso en los diálogos! –dice Timochenko en entrevista. Sinceramente, si no hubiera estado Hugo Chávez de por medio, si él no hubiera hablado conmigo, ¡quién sabe si esos diálogos se hubieran mantenido!
–Sostener el diálogo después del asesinato de Alfonso no fue fácil para mí –afirma–. Yo estaba seguro de que esa era la regla que había que seguir, pero es que ese hecho cambió todo. Incidió mucho en los sentimientos, y aunque en las decisiones políticas uno no puede guiarse por los sentimientos, sí hay que tenerlos en cuenta.
–¿Chávez lo convenció a usted de persistir en la búsqueda de una negociación?
–Sí. Después de la muerte de Alfonso hablamos un día desde las ocho de la noche hasta las cuatro y media de la mañana.
Las oleadas de desconfianza sobre la voluntad de paz de Santos siguieron asediando a Timochenko durante todo el tiempo que duraron los diálogos. La carta del Presidente para aligerar las aprensiones del jefe de las Farc a lo largo de la negociación fue su hermano Enrique Santos.
El saldo de la víctimas de la guerra de Colombia es que como en Siria, Libano e Iraq los muertos y desaparecidos en su gran mayoria son civiles
En medio de una de las turbulencias de la negociación se dio el primer encuentro secreto y hasta ahora desconocido entre Enrique Santos y Timochenko. Fue en Venezuela, cuando el proceso de paz estaba a punto de cumplir un año.
–A Enrique –dice el Presidente— lo consultaba en momentos de dificultad. Y si había algo de lo que él había estado muy pendiente, me hacía sugerencias. Enrique y yo nos respetamos mucho. En ocasiones lo envié a hablar con Timochenko. Eso lo apreciaban las Farc enormemente, y fue muy útil para generar confianza.
En enero del 2015, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo viajaron a La Habana sin el resto del equipo negociador para una reunión informal con el Secretariado. Esa vez el equipaje de los dos incluía la lista de condenas que tenían los jefes de las Farc, entre las que se destacaban, por numerosas, las 132 que tenía Iván Márquez.
Esas órdenes de captura eran la herramienta del Gobierno para sustentar su posición frente a lo que creía que debía incluir el componente de justicia: un tiempo de privación de libertad para los guerrilleros.
– Fue una de las reuniones más difíciles –recuerda Humberto de la Calle–. ¡Imagínese lo que era ir a decirles que se tenían que ir para la cárcel!
El fin de 52 años de guerra con las Farc se diseñó y tuvo algunos de sus más imperceptibles pulsos, no en La Habana, sino en los pisos segundo y tercero de un tradicional conjunto residencial del norte de Bogotá, donde viven Álvaro Leyva y Sergio Jaramillo.
A pesar de la cercana vecindad, nunca cruzaban palabra.
El 22 de septiembre del 2015, en la víspera del esperado encuentro entre el presidente Juan Manuel Santos y Timochenko para anunciar el acuerdo sobre justicia, Humberto de la Calle les planteó a los jefes de las Farc dos fechas con las que debían comprometerse para que el presidente Santos estuviera al día siguiente en La Habana.
La primera era el 23 de marzo del 2016 como día para la firma del acuerdo final. La segunda, que 60 días después debían comenzar el desarme. Y les dijo que estas fechas tenían que quedar incluidas en el comunicado que darían a conocer.
Pero Iván Márquez rechazó la propuesta.
Aunque el apretón de manos entre el presidente Santos y Timochenko produjo en el país la sensación de que el proceso de paz estaba en un gran momento, los malos entendidos de ese día habrían de superarse solo casi tres meses después.
Así como dentro de las Fuerzas Armadas hubo quienes se opusieron a los diálogos con las Farc y hubo filtraciones de información reservada al expresidente Álvaro Uribe, la participación de militares en las negociaciones de La Habana fue decisiva para el éxito del proceso de paz.
El general Javier Flórez, quien encabezaba la Subcomisión por el lado del Gobierno, no sólo era un militar fogueado en la guerra contra las Farc, sino que comandó en el Ejército los dos grupos contrainsurgentes élite –Fudra y Omega– que le hicieron pasar los más angustiantes momentos de su vida al jefe guerrillero Carlos Antonio Lozada, quien encabezaba esa subcomisión por el lado del grupo insurgente.
No fue nada fácil para Lozada verse frente a frente con el general.
En agosto del 2014, cuando apenas llevaban una semana de reuniones, hubo un pacto entre las dos cabezas de la Subcomisión del Fin del Conflicto.
–En un descanso –recuerda el general Flórez–, después de dos horas y media de trabajo, Lozada y yo nos quedamos en un rincón del Centro de Convenciones. Tomábamos tinto y yo fumaba cigarrillo, y nos hicimos un propósito: sacar el acuerdo de cese del fuego y la dejación de las armas por encima de todas las divergencias que tuviéramos. Y después de dos años, lo logramos.
A pesar de las discusiones que provocó en la mesa de negociaciones la propuesta del general y el jefe guerrillero, esta terminó siendo la base del acuerdo sobre el fin de la guerra que el Presidente y Timochenko le anunciaron al país, finalmente, el 23 de junio.
No era la firma de la paz, pero era el acuerdo más importante de la negociación porque sellaba el compromiso de las Farc de abandonar las armas para convertirse en movimiento político.