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5 poemas de Ana Luisa Amaral (Portugal, Premio Reina Sofía)

31/05/2021 07:38 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

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Voces

Eterno este instante: el día claro

Los colores de la casa dibujadas en raso aguado,

castaños y rojos casi en declive,

limpísimas las ventanas, de cristales muy honestos.

Instante éste que fue y ya no es, mal puse el bolígrafo

en el papel: eterno

Soñé contigo, desperté al pensar

que todavía eras, como lo es esta ventana,

como el cuerpo obedece a este viento caliente, y es ágil,

pero todo: tan confuso como los sueños

Ahora, en este instante, recuerdo la sensación

de cuando estabas, el roce.

No distingo los contornos de mi sueño, no sé

si era una casa, o un pedazo de aire.

La memoria limpísima es tuya,

todo lo cubre, trayendo azul y sol a esta plaza

donde me siento, justo en la esquina,

como las casas

Y ahora, tu caminar

acabó de pasar justo a mi lado, igual,

y ahora se multiplica en las mesas y las sillas

que cubren calle y plaza,

y te veo frente a mí en el cristal,

más real que este instante, y si Brueghel te viera,

te pintaba, exactísima y aquí mismo.

Y estarías más cerca de lo eterno

(Yo, que no sé nada más, salvo el fulgor de lo breve,

yo, te daría palabras)

Psicoanálisis de la escritura

Aunque hable de sol y montañas,

aunque cante los pequeños espacios

o las grandes verdades,

todo el poema

habla de aquel

que sobre él escribe

Cuando las huellas de sí mismo

parecen excluirse de las palabras,

aun así, es a sí mismo que se describe

al escribirse en el texto

que es escisión de sí

Todo el poema

es un estado de pasión

cortejando el reflejo

del que lo creó

Todo el poema

habla de aquel

que sobre él escribe

y así se ama de manera desmedida,

en la medida del verso en que se contempla

y en vértigo

se ahoga.

El exceso más perfecto

Quisiera un poema de respiración tensa

y sin pudor.

Con la elegancia redonda de las mujeres barrocas

y el reverso todo del arbusto fino.

Un poema que Rubens envidiaría, al ver,

desde el fondo de tres siglos,

su cuerpo magnífico echado sobre un diván,

y reclinados los brazos desnudos,

sólo con pulseras tan (pero tan) preciosas,

y un angelito encima,

en su pequeño nicho hecho nube,

resguardándolo, dulce.

Un poema así quisiera.

Mucho más todo que las dignidades griegas de equilibrio.

Un poema hecho de excesos y dorados,

y todavía muy bello en su pujanza oscura y mística.

Ah, como quisiera yo un poema diferente

de la pureza del granito, y de la pureza del blanco,

y de la transparencia de las cosas transparentes.

Un poema exultando en la angustia,

un largo rododendro color de sangre.

Una alameda entera de rododendros por donde el viento,

al pasar, se detuviera deslumbrado

y en desvelo. Y allí se quedara, aprisionado en el cántico

de sus pulseras tan (pero tan)

preciosas.

Desnudo, de redondas formas, tal poema quisiera.

Una contrarreforma del silencio.

Música, música, música llenándole el cuerpo

y el cabello trenzado con flores y serpientes,

y una fuente de espanto polifónico

escurriéndosele por los dedos.

Reclinado en diván forrado de terciopelo,

su desnudez redonda y plena

haría empalidecer a grifos y sirenas.

Y a los pobres templos, de líneas tan contenidas y tan puras,

temblar de miedo solamente de la fulguración

de su mirar. Dorado.

Música, música, música y la explosión del color.

Espiando desde el fondo de tres siglos,

un Murillo callado, al ver que simples eran sus ángeles

junto a los ángeles desnudos de este poema,

cantando en conjunción con otros

astros de oro

salmodias de amor y de perfecto exceso.

Góngora empalidece, como los grifos,

ahora que lo contempla.

Esta contrarreforma del silencio.

Su mano alzada rumbo al cielo, cargada

de nada

La voz

Me confunden los peldaños de esta escalera:

no sé si sean infierno o cielo,

ni por qué espero aquí,

si nada me visita ni me mira:

solo este pañuelo bordado

de blanco

Y todo como una acuarela ha mucho olvidada,

olvidado como yo,

menos en verso -

Si pudieran oírme como hilo de luz,

si del fondo del tiempo

me trajeran,

y mis memorias,

y las de quienes conmigo miraron el horror

de haber nacido, para morir

ni siquiera enteros -

Si el regalo entero

que mi madre me dio ese día

fuera visto por las madres

como una cosa tan suya

que el dolor se adelantara al dolor

de la pérdida

Tal vez se calmaran estas voces,

que me llenan de dudas y sospechas,

y no se callan, no se callan

nunca

Y sabría yo por fin cómo estas redes

pueden destejerse

como los tiempos,

y vería a dónde me llevan los escalones

Y me acostaría por fin,

y podría dormir

más allá de los versos -

Cosas de partir

Intento empujarte desde encima del poema

para no destruirlo en la emoción de ti:

ojos semicerrados, en precauciones de tiempo

soñándolo de lejos, todo libre, sin ti.

De él ausento: tus ojos, sonrisa, boca, mirar;

todo cosas de ti, pero cosas de partir...

Y mi alarma nace: y si moriste ahí,

en medio de suelo sin texto que está ausente de ti?

Y si ya no respiras? Si no te veo más

por querer empujarte, lírica de emoción?

Y mi pánico crece: si no estuvieras allí?

Y si no estuvieras donde el poema está?

Hago eróticamente respiración contigo:

primero un adverbio, después un adjetivo

después un verso todo en emoción, promesas.

Y termino contigo encima del poema,

presente indicativo, artículos a oscuras


Sobre esta noticia

Autor:
John Miller (1081 noticias)
Fuente:
blogdeleonbarreto.blogspot.com
Visitas:
2978
Tipo:
Reportaje
Licencia:
Distribución gratuita
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