El otro día, fui a una ponencia en un congreso sobre tecnología actual y ciencia ficción que se celebró en la capital. La verdad es que fui un poco por ir, porque no tenía nada mejor que hacer, porque uno de los organizadores es amigo mío y porque, en resumidas cuentas, algo tengo que hacer con mi vida, y entonces eso me pareció una idea tan buena como otra cualquiera. ¿Buena? Fue excelente. No solo me lo pasé bien, mejor de lo que me había imaginado, sino que la ponencia a la que asistí me hizo reflexionar sobre muchísimas cosas.

Yo soy un lector ávido, pero sobre todo de poesía y literatura realista; de hecho, soy un enamorado de Galdós y Tolstoi y no me gusta nada la obra de Tolkien, por citar el paradigma de la literatura contraria a la realista. En cuanto a la ciencia ficción, me parecía un híbrido tan extraño de realidad y fantasía que no me llamaba la atención, precisamente porque esa extraña mezcla la consideraba un poco inverosímil. Si tú, que me estás leyendo, eres aficionado a ese género, estarás pensando que soy un ignorante. Y tienes razón, lo soy; o, mejor dicho, lo era.

La ponencia en cuestión planteaba lo siguiente: ¿hasta qué punto lo que nos rodea supera o no a la ciencia ficción? Y el ponente puso varios ejemplos: un detector de radares, un detector de billetes falsos, también alarmas GSM... Nos rodea tal cantidad de ciencia ficción que no es ficción que deberíamos tener presente que la mente humana es casi ilimitada. Salí de la charla muy contento, lleno de optimismo y ganas de asistir al progreso tecnológico de la humanidad. También he empezado a leer ciencia ficción, así que ya no pienso lo mismo sobre el género. Asimov me encanta y quiero adentrarme en la obra de H.G. Wells dentro de poco.

Si queréis saber más sobre detectores de radares, aquí os pueden ayudar.