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Después del fenómeno que hemos vivido llamado #Yosoy132, no he tenido opor- tunidad de hablar con él (porque, desde luego, no tiene cuenta de ni de Face ni de Twitter). Seguramente su opinión ha cambiado
Después del fenómeno que hemos vivido llamado #Yosoy132, no he tenido opor- tunidad de hablar con él (porque, desde luego, no tiene cuenta de ni de Face ni de Twitter). Seguramente su opinión ha cambiado.
He de confesar que en estos momentos estoy tomando un café bien cargado con licor de 43, pero también, que hubo un tiempo en el que veía en las redes socia- les no otra cosa que un foro en el que el cacareo no pasaba de la descalificación y la intolerancia. Porque, ah, cómo nos han enseñado esos artilugios digitales que la raza no aguanta vara cuando se encuentra de frente con alguien que no comparte sus mismos gustos.
Semanas antes del inicio de campañas escribí una columna para un periódico de Quintana Roo en la que hablaba precisa- mente de este fenómeno: que los espe- cialistas en marketing político de esta elección iban a ser los conejillos de indias para los mercadólogos del futuro. Sobre la marcha deberían improvisar teoría y estrategia. Por lo mismo, les iba a costar sangre tratar de entender el fenómeno que pueden despertar las pasiones polí- ticas en internet desde la trinchera que históricamente es contestataria e incon- forme: la juventud.
Aunque, hay otra cosa que sí está para ponerse a pensar: el linchamiento público twittero. Otra clara función de las redes sociales es que podemos acceder a una especie de termómetro social sin necesidad de herramientas más tarda- das y estorbosas como encuestas. Son encuestas por intuición. Y gratis. Gracias a él, nos hemos dado cuenta que el ser humano es excesivamente intolerante con ciertas personas.
La contradicción como base, lleva a los chavos a linchar a todo aquel que no comulgue con lo ‘intelectualmente correcto’. Uno debe manejarse en Twitter cautelosamente, porque cualquier res- balón o muestra de afecto a un candi- dato maldito, es motivo suficiente para ser expuesto, vilipendiado, mofado, ridiculizado, y casi casi que violado.
Lo sé porque a un amigo le ocurrió. Ino- centemente posteó un comentario a favor de su candidato –él es priista de hueso colorado- y eso bastó para que algún ofendido (como si tener preferen- cias fuera una ofensa) le pirateara una foto de su cuenta de Face y la manipu- lara para que pareciera que había pos- teado una amenaza de muerte para el candidato perredista. Así de extremo. El mensaje truqueado (una acción que bien se podría llamar ‘postear un cuatro’), fue largamente compartido y comentado. Desde descalificaciones a su físico (es medio gordito), a su intelecto (aunque sí sabe leer), a su poco pelo (a sus treinta ya se le cayó casi todo), hasta amenazas de darle cuello. Y mi cuate (cuyo nombre no diré pero sí murmuraré: –Jaime Solís Villanueva-) casi le da un infarto del pavor. Sentía, literal, que alguien lo esperaba afuera de su casa para apo- rrearlo, o tal vez sólo para mostrarle una cartulina que dijera: “¡Ya te vimos, pinche pelón!”.
En fin. Que en esta era digital, más vale ser dueño de cero twitts, que esclavo de mil.
La gran lección desde las trincheras polí- ticas: las redes sociales son capaces de movilizar. No sólo son espacios para el cacareo intolerante. Informan y des- informan al mismo tiempo. Pero sobre todo, levantan a la gente de su letargo. Quizá ahora ya entendemos un poco más –aunque desde luego no comparti- mos- reacciones del gobierno chino por controlarlas, y en alguna ocasión desde Venezuela, a Chávez tratando de crear métodos para su regulación.
Los políticos mexicanos ya les empiezan a temer (o a amar, según sea el caso).
Y eso es una llamada de alerta para que todos los twitteros de México estén unidos por una misma causa: linchar a la gente por fea y gorda. Ah, no... un momento... Para defender la libertad de expresión.
Artículo original de Stratega Business Magazine