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El Estado Delictivo, una realidad ante una Venezuela Contemporánea
La sociedad capitalista está sostenida por una serie de contradicciones que, lejos de resolverse, se profundizan cada vez más conforme pasa el tiempo, aunque aparentemente se las quiera “suavizar”, hacerlas más digeribles y presentables. Son contradicciones inherentes al capitalismo en tanto sistema, si bien algunas existían antes de él. Aquella sentencia de Karl Marx de que “Con el capital el mundo se hizo redondo” plantea ya con toda claridad que una de las características fundamentales del modo de producción capitalista desde sus inicios, es su desarrollo a escala global. Por ello puede decirse que la preconizada y a la moda “globalización” actual empezó prácticamente con el capitalismo mismo, con la llegada del hombre blanco a tierra americana.
En el período de la acumulación originaria en los países europeos dominantes, la sobre explotación de la fuerza de trabajo esclava traída a América desde el África y la fuerza de trabajo indígena de este continente jugaron un papel determinante. Eso no puede explicarse sin entender el racismo que acompañó el desarrollo capitalista, racismo que sirvió para justificar la inmisericorde explotación (“civilizados” –hombre blanco– versus “salvajes” –esclavos africanos negros, población originaria de América–). El racismo, o discriminación étnica, para ser “políticamente correctos” al día de hoy, no ha desaparecido. Es más: se ha incorporado cotidianamente, por eso en Guatemala, por ejemplo, un pobre que no se auto-reconoce como indígena puede decir campante: “seré pobre pero no indio”. Como se ve, las contradicciones se articulan, se anudan todas entre sí: para el caso, la económica con la étnica.
Lo mismo puede decirse de los bienes y recursos naturales que se extrajeron de África y América con destino a Europa: oro, plata, piedras preciosas, maderas preciosas, entre otros (sangría que nunca terminó, y que ahora se reaviva, dado el espíritu depredador del actual capitalismo extractivista). Estos recursos, y los de Europa, fueron determinantes en el período de la acumulación originaria. También alimentaron el inicio y desarrollo de la revolución industrial. El extractivismo fue clave en la acumulación originaria de capital y en el posterior desarrollo del capitalismo. En otros términos: la contradicción del modo de producción industrial-capitalista con la naturaleza está en la base del sistema. El mundo, para esta visión, es considerado “gran cantera” de donde extraer materia prima para su posterior industrialización. El “progreso” se abre paso contra el medio ambiente, lo cual abre un interrogante fundamental: ¿eso es el progreso? Evidentemente, con la catástrofe medioambiental que vivimos hoy, está clara la respuesta.
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Por otro lado, en este sistema, desde sus orígenes hasta su fase actual, el patriarcado ha constituido un sistema de dominación, opresión y explotación de los varones hacia las mujeres. Si bien existió en los modos de producción anteriores, Federico Engels señala que “es con el capitalismo industrial, el desarrollo de la propiedad privada y del modelo de la familia monogámica moderna, que la opresión patriarcal de las mujeres adquiere un nuevo giro, instaurándose la esclavitud doméstica de las mujeres”. El trabajo doméstico es fundamental para mantener viva a la población; alguien debe reproducir la vida –biológicamente– y asegurar su estabilidad (preparar los alimentos, mantener el aseo de la casa, de la ropa). Eso, habitualmente, lo hacen las mujeres, las “amas de casa”. Para el capitalismo ese trabajo es vital… ¡pero no se paga! Por tanto, el trabajo esclavo de las mujeres como amas de casa (la mitad de la población mundial) es imprescindible. Pero nunca se registra como robo, como explotación. La contradicción brota por todos lados. Sin embargo, como efecto de la cultura-ideología dominante, esa mujer no trabaja: “¿Tu mamá trabaja? No, es ama de casa”. Inadmisible, absolutamente… ¡pero es así! Una contradicción alimenta la otra.
Con todo lo anterior queremos afirmar que con el surgimiento y desarrollo del capitalismo han surgido, por lo menos, cuatro contradicciones fundamentales: capital-trabajo, capital-naturaleza, varones-mujeres (patriarcado) y étnica-racial (racismo). Cada una de estas contradicciones constituye un sistema de dominación en sí mismo; el primero, el tercero y el cuarto son, además, sistemas de opresión y explotación de la fuerza de trabajo, de las mujeres y de la población indígena, originaria y afrodescendiente. Estas contradicciones se reproducen además en un contexto de capitalismo imperialista, en tanto el capitalismo más desarrollado (el europeo en un inicio, el estadounidense luego, o el japonés) arrasa con los llamados “subdesarrollados”, manteniendo todas esas contradicciones. Hoy día podría anotarse otra contradicción como Norte-Sur (lo que en algún momento se llamó Primer Mundo-Tercer Mundo).
Definitivamente, todas las contradicciones se entrelazan y todas son igualmente importantes. De todos modos, siguiendo a Néstor Kohan, no puede olvidarse que “El capitalismo puede permear cierto pluralismo e ir integrando la política de las diferencias [léase: incluir las contradicciones que algunos llamarán “secundarias”: género, etnia, ecología]. Pero lo que no puede hacer jamás, a riesgo de no seguir existiendo o dejar de reproducirse, es abolir la explotación de clase. Precisamente por esto, dentro de la alianza hegemónica de fuerzas potencialmente anticapitalistas, aunque todas las rebeldías contra la opresión tienen su lugar y su trinchera, el sujeto social colectivo que lucha contra la dominación de clase debe jugar un papel convocante y aglutinador de la única lucha que posee la propiedad de ser totalmente generalizable.”
De ese modo, puede concebirse un capitalismo donde las mujeres toman el poder contra los varones, o los pueblos originarios contra los blancos, pero la contradicción de base: la explotación del trabajo, se mantiene. Por tanto, si bien todas las contradicciones marchan juntas y se retroalimentan, la contradicción capital-trabajo asalariado tiene un estatuto especial. Significativo al respecto es que hoy día el capitalismo se permite hablar (pero no cambiar mucho en lo sustancial) de estas contradicciones paralelas (la étnica, la de género, el llamado cambio climático). Sin embargo, de la lucha de clases no menciona una palabra.
Concluida la guerra civil norteamericana (1860-1865), hasta fines del siglo XX el crecimiento económico de EE.UU. fue constante. Se pueden considerar las grandes recesiones capitalistas de 1870 y 1929 como crisis de reacomodo de la forma de acumulación. De una pequeña potencia en aquella época hace siglo y medio, se convirtió en la potencia capitalista hegemónica en el siglo XX.
Este salto lo dio sobre la base de la explotación de una masa laboral concentrada en un país continental que logró subyugar al resto del mundo que le proporcionaba materias primas y la mano de obra que requería su crecimiento industrial. Al mismo tiempo logró construir un imperio financiero que tenía tentáculos en todos los continentes.
Para acumular las riquezas generadas por una creciente clase obrera, EE.UU. se lanzó en primera instancia –siglo XIX– a la conquista de México y el Gran Caribe. Los territorios mexicanos anexados a la Unión y las riquezas mineras del país azteca alimentaron la industria norteamericana. El Caribe y Centroamérica fueron generosos en proporcionar alimentos para los trabajadores industriales del norte. Al mismo tiempo, Panamá abrió su angosto istmo para que el pujante “Este” norteamericano se uniera al “Oeste”. A partir de la década de 1920 –hace 90 años–, Venezuela abrió sus entrañas para enviar un chorro continuo de petróleo al poder del norte.
El socialismo, no es aplicable en Venezuela, domina el neoliberalismo
La industrialización norteamericana parecía incansable e insaciable. EE.UU. no sólo se apropió de los recursos naturales y riquezas, también neutralizó y destruyó todo esfuerzo por las clases productivas del Gran Caribe (incluyendo México, Colombia y Venezuela) para impulsar su propio desarrollo y surgir como competidores.
. Los grandes industriales norteamericanos invertían en la región, con financiamiento de Wall Street y bajo la protección militar del gobierno de Washington. Mientras EE.UU. acumulaba sobre la base de la explotación de los obreros norteamericanos y la superexplotación de los trabajadores caribeños, los países de la región se hacían más dependientes. La dialéctica generaba cada vez más riqueza en un polo y más pobreza en el otro.
La Revolución Cubana en 1959 fue el primer signo de rebelión frente a esta lógica perversa. Como castigo, EE.UU. bloqueó el acceso de la economía cubana al mercado mundial. La política neoliberal (financiación de la economía norteamericana) a partir de la década de 1970 tuvo efectos desastrosos para la región. La llamada “década perdida” de 1980 golpeó a la región que intentaba acomodarse sin éxito a los cambios de modelo de acumulación de EE.UU. En la década de 1990 la nueva política neoliberal les dio oxígeno a las economías capitalistas latinoamericanas iniciando un proceso de traspaso de las riquezas ahorradas por los trabajadores (90 por ciento de la población) a una pequeña minoría formada por las oligarquías y sus socios.
El modelo sustentado sobre la flexibilización del trabajo, la desregulación y la privatización logró producir un boom que duró cinco años, en algunos casos diez. Sin embargo, rápidamente se desinfló y provocó reflujos en todos los países. Donde más se sintió el latigazo fue en países como Honduras, Nicaragua, El Salvador y Venezuela. Gobiernos populistas (alianzas obrero-burguesas) llegaron al poder y descubrieron que EE.UU. no representaba una salida para la crisis económica que habían heredado de los neoliberales. En alianza con Cuba se formó el ALBA bajo el liderazgo de Fidel Castro y Hugo Chávez.
La resistencia a los planes de dominación norteamericana por parte de los pueblos del Gran Caribe –a fines del siglo XIX y durante el siglo XX– obligó a EE.UU. a imponer dictaduras militares para continuar extrayendo ganancias extraordinarias de la región. Cuba fue el único país latinoamericano en el siglo XX que logró liberarse del yugo político de las grandes corporaciones norteamericanas y los militares locales.
Cuba, formo su propio ejército, muy diferente a Venezuela que todavía mantiene la vieja estructura política, a pesar de llamarse progresista y, dio paso a que Consejos Comunales, Comunas y Colectivos conformaran un Estado Delictivo, sin control del gobierno central, observando, hoy, los desafueros que ocurren en el mercado.
El colapso de los gobiernos “desarrollistas” y la nueva política “neoliberal” vio nacer una nueva oligarquía financiera. La alianza política, encabezada por la fracción financiera, se apoderó del Estado y de los partidos políticos, tanto de derecha como los de izquierda. El PRI (México), PRD (Panamá), MLN (Costa Rica), PLN (Rep. Dominicana), Psuv- Venezuela, y otros, asumieron el proyecto neoliberal como solución única a los problemas de la región. Este cuadro fue resquebrajado cuando apareció, en el marco del vacío creado por la vieja “izquierda”, la Nueva República/PSUV (Venezuela) encabezada por el comandante Hugo Chávez. Igualmente, los frentes militares de liberación nacional de las décadas de 1970 y 1980 –FSLN y FMLN– llegaron al poder mediante elecciones a principios del siglo XXI. Pero, el ala militar no se ha podido adecuar a la nueva realidad geopolítica de la región.
Los países del ALBA (Cuba, Venezuela, Nicaragua y varias islas del Caribe insular) han logrado mantener, a pesar de los ataques de EE.UU., un frente común con mucha autonomía. En cambio, las otras izquierdas en el poder tuvieron que negociar con Washington para conservar los espacios necesarios para seguir gobernando.
* Escrito por Emiro Vera Suárez, Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajo en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño